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“Sufragio efectivo, no imposición"

Andrés Manuel
López Obrador


“...la última de las palabras corresponde al pueblo"

Profirio Muñoz Ledo

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* Hoy es domingo, diciembre 03, 2006

Columnas de opinión

12:49 p. m.

AMLO gobierna

Indice Político
Francisco Rodríguez


La oposición gobierna oponiéndose.
Jesús Reyes Heroles

Algunos le llaman "triangulación". Otros, "rebasar por la izquierda". Como sea.
El caso es que desde el viernes primero de diciembre, el señor Andrés Manuel López Obrador también gobierna.

Incluso desde antes. Y es que una de las razones por las cuales el señor Felipe Calderón retrasó el anuncio de "su" gabinete de seguridad, estuvo en la medición de los efectos provocados por la "filtración" periodística que daba por hecha la nominación del jalisciense Francisco Ramírez Acuña en la Secretaría de Gobernación.

Fue tan aparatosa la reacción, que el señor Calderón --así funciona su mente--, dio por sentado que el ex gobernador de Jalisco, acusado de represor, violador de derechos humanos y, por si fuera poco, de desdeñar a las instancias nacionales e internacionales de la materia, debía ser nombrado. De no haber sido así, el potosino Alejandro Zapata Perogordo habría tomado posesión del palacete de los Covián la madrugada del viernes anterior. Por ahí se le verá, de cualquier forma.
Oponiéndose, el señor López Obrador gobierna.

Pero también lo hace con sus propuestas de campaña que, anuncia el señor Calderón, serán llevadas a la práctica.
Y no son pocas.

Ya desde hace meses, el señor Calderón hizo suya la oferta lopezobradorista de reducir los precios de los energéticos. Quedó en simple ofrecimiento. Se frustró. Porque nadie duda que el incremento en gasolina sin plomo, pero sobremanera el del diesel --que afecta a toda la economía--, ordenado por la administración anterior fue, en los hechos, una de las primeras decisiones adoptadas por el michoacano.

Otras de las ofertas de campaña de quien fuera abanderado de la coalición "Por el Bien de Todos", empero, también fueron presentadas como propias por el señor Calderón en su discurso ante simpatizantes en el Auditorio Nacional, luego de la operación blitzkrieg (en alemán, literalmente, guerra relámpago, que implica un bombardeo inicial seguido del uso de fuerzas móviles atacando con velocidad y sorpresa para impedir que un enemigo pueda llevar a cabo una defensa coherente), en medio de la cual rindió protesta como Presidente, que así falló el Tribunal Electoral.

Austeridad, que AMLO practica desde que ocupó la jefatura del gobierno de la capital nacional, y que fue presentada como una reducción de sueldos de los funcionarios públicos. Mientras esta reducción no sea de un miserable 10 por ciento...
Recorte a las campañas, menos dineros para los partidos, mayores facultades fiscalizdoras del IFE... todo propuesto, primero, por el señor López Obrador.

Mayores ingresos para los soldados...
Pero sobremanera, lucha contra las desigualdades sociales que dividen a México en Norte y Sur.

Primero los pobres, pues.
Para el bien de todos.
AMLO gobierna.
Llámenle "triangulación", "rebase por la izquierda". Como sea.

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Por la puerta trasera

Plaza Pública
Miguel A. Granados Chapa


El Palacio Legislativo de San Lázaro fue diseñado para que por su ancho pasillo central transitara entre vítores y aplausos el presidente de la República, que de ese modo -y con la presencia de su Estado Mayor castrense- convertía en suya la casa de los diputados (y, en fechas especiales, los senadores). Por la puerta principal ingresaron a ese colosal edificio y desfilaron triunfales hasta la tribuna, para asumir su cargo, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas (pese a su fraude electoral), Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Este último, en anticipo de lo que ocurriría el viernes, no entró siquiera al recinto parlamentario el primero de septiembre anterior. En el vestíbulo entregó su informe y se fue.

Como símbolo, como síntesis de su posición precaria, Felipe Calderón entró en San Lázaro por la puerta de atrás, y en poco más de lo que canta un gallo, en tres o cuatro minutos, recitó de memoria la protesta ante el Congreso que ordena la Constitución, tomó de las manos del presidente legislativo Jorge Zermeño la banda que horas antes había sido objeto de un juego mediático, cantó el Himno Nacional ?cuyos coro y estrofas obligaron y permitieron al único instante de unanimidad en la Cámara de Diputados- y se fue por donde vino. Lo protegieron los panistas que desde el martes realizaron la "toma patriótica" de la tribuna del recinto (esa sí motivo de orgullo y no de vergüenza), y su guardia militar personal. Esos son los apoyos más claros con los que cuenta, el Ejército y su partido. Por eso fue inmediatamente después a saludar a unos y a otros (y a sus invitados especiales: El cardenal Norberto Rivera Miranda, el presidente de los obispos, los empresarios que habitan las páginas de Forbes y de Caras) para hallar el ambiente propicio que no encontró en San Lázaro.

Calderón llegó a San Lázaro junto con el autor de su triunfo, Vicente Fox. Hasta el último momento el ahora ex presidente plantea a quienes pretenden examinar su conducta la cuestión de saber si es marrullero o atolondrado. Alguien lo forzó a participar en la dudosa ceremonia de la medianoche anterior, en que se despojó de la banda tricolor que es el emblema del poder presidencial y la entregó a un cadete, tan nerviosamente que estuvo a punto de dejarla caer. El único sentido que podía atribuirse a ese extraño momento difundido en cadena nacional es que daba por concluido su mandato y que no se presentaría en la Cámara a la que arribó victorioso seis años atrás. Pero quizá lo pensó mejor durante la noche, en su alcoba del Hotel Camino Real, propiedad de Olegario Vázquez Raña, amigo de la pareja presidencial y empleador de Ana Cristina, la hija mayor del ya ex presidente. Quizá lo consultó con la almohada y, arrepentido de lo que había hecho, mandó recuperar la insignia (ya sin capacidad legal para ordenar nada) y, sin derecho, volvió a ostentarla. Salió de sus habitaciones con la banda cruzándole el pecho y así viajó a San Lázaro. Usándola como una corbata, que se quita y se pone, al recinto parlamentario arribó con la prenda en la mano y quiso imponerla a su sucesor, acaso para borrar la mínima duda de que fue causa eficiente de su elección. Su rostro expresaba, salvo momentos en que el labio inferior tirando hacia arriba mostraba molestia, satisfacción plena, porque terminaba un sexenio mezclado de engreimiento y mortificaciones ("es el último día en que uso traje", exclamó al volver a uno de sus ranchos) y porque lograba su propósito de no entregar el gobierno a Andrés Manuel López Obrador.

Éste encabezaba en el Zócalo, en una marcha hacia Chapultepec, y en el espacio al borde de ese bosque a que los confinó el cerco de uniformes y metales, a una porción de sus partidarios, citados para protestar contra la toma de posesión del presidente al que llaman "espurio". Fue una manifestación pacífica, como lo han sido todas las expresiones de la resistencia a admitir el fraude alegado. Al igual que la actuación de los legisladores que le son afines, esta masiva reunión y desfile cumplían, si no la imposible meta de evitar la asunción del panista, sí el objetivo de mostrar que un importante sector de la sociedad no se aviene resignadamente a la trampa y al engaño electoral, y que no hay en México normalidad democrática.

Como secuela automática, inexorable de su proclamación como presidente electo por el Tribunal Electoral, que lo hizo en contradicción con su propio diagnóstico, Calderón es ya el presidente de la República. Más elocuentes que sus palabras en los varios discursos que pronunció el jueves y el viernes son sus hechos, la integración de su gabinete por ejemplo. Por lo menos en los anuncios, si no en la composición misma de la primera línea del gobierno hubo vacilaciones y demoras, y el reconocimiento claro de dos influencias políticas determinantes, las de los ex presidentes Fox y Zedillo, que Calderón ha buscado ensamblar con su adhesión y pertenencia al PAN. Nueve de los 19 cargos anunciados entre el 21 y el 30 de noviembre (18 secretarías de Estado y la Procuraduría General de Justicia), casi la mitad, fueron secretarios o subsecretarios en la administración concluida el jueves; y suman doce si añadimos a los directores o equivalentes que ascendieron a la titularidad de secretarías de Estado. Si se admite que el rendimiento del gobierno anterior en su conjunto fue menos que mediocre (¿Dónde están los logros formidables, materiales o inmateriales, esos que transforman y hacen mejor a un país, del primer sexenio panista?), hay razón para suponer que al menos en las zonas ya holladas por los que permanecen en el gabinete no cabe esperar mucho más, salvo que se compartan las especiosas ideas de que a Fox lo estorbó para gobernar un Congreso adverso y de que, al contrario, Calderón eliminará ese obstáculo con entendimientos parlamentarios.

Sin duda, la nueva administración cuenta con mayores márgenes de maniobra en las cámaras que su predecesora. En ambas cámaras sus bancadas son las más numerosas y en las dos cuentan con la colaboración, remilgosa a veces, desconfiable en otras, de las fracciones priístas y del Verde. Es probable que, como antiguo legislador, y cabeza de su propio grupo en San Lázaro hasta antes de que Fox lo reclutara para dirigir el banco que luego encabezó Luis Pazos, Calderón otorgue mayor espacio y atención personal a la interlocución con el Poder Legislativo, acción cuya necesidad Fox no entendió y por tanto no emprendió. Aún si los grupos parlamentarios del Frente Amplio Progresista persisten, como se han comprometido a hacer, en no dialogar con el gobierno, a cuya cabeza no reconocen como presidente, las coincidencias halladas por Calderón con la agenda legislativa de esas fracciones constituyen una zona de tránsito común sin necesidad de pactar acuerdos.

Aunque Calderón no ignora (lo ha repetido al menos) las circunstancias adversas en que asume el gobierno, su planteamiento inicial no es congruente con tal certidumbre. Como si su precariedad política le permitiera la arrogancia y la autosuficiencia que mostró en el discurso que no pudo decir en San Lázaro y en cambio expresó en el ambiente propicio, como de invernadero, del Auditorio Nacional, ha dicho que dialogará con quien quiera dialogar y construirá con quien quiera construir, en vez de anunciar que se esforzará por conseguir el diálogo y el afán constructor conjunto.

Dos casos específicos e inmediatos de colaboración de poderes mostrarán el modo en que Calderón buscará entenderse con el Congreso. Uno es el nombramiento de procurador general de la República, pues no depende sólo del Ejecutivo sino que requiere la ratificación del Senado. Dado el enorme servicio que para la consolidación del priísta Ulises Ruiz ha rendido la Policía Federal Preventiva, tan elogiada por Eduardo Medina Mora, de que ese cuerpo dependió en tanto que secretario de Seguridad Pública, no parece haber obstáculo a esa confirmación. Pero habrá que ver si el gobierno necesita o está dispuesto a pagar otros costos por la conversión del secretario en procurador.

El otro desafío inminente es el presupuesto de egresos, verdadero programa de un gobierno. En su integración se verá cómo entiende Calderón su papel y cómo ensambla sus propósitos con los de los grupos parlamentarios, los afines y los adversos. Ojalá no tenga que presentarlo por la puerta de atrás.
El pasado presente.

Felipe Calderón se convirtió el viernes pasado en el vigésimo presidente de la República que tomó posesión un primero de diciembre, tal como lo dispone el artículo 83 Constitucional. No siempre ha sido esa la fecha legalmente establecida. La primera Constitución Mexicana, la de 1824, estipuló en su artículo 95 que "el presidente y el vicepresidente de la Federación entrarán en funciones el primero de abril y serán reemplazados precisamente en igual día cada cuatro años..."

La primera Constitución centralista, establecida en las Leyes constitucionales de 1836 determinó en su artículo 9 no el comienzo sino el fin del mandato: "Las funciones del presidente de la república terminan el primero de enero del año de la renovación". El proyecto de reformas de 1840 cambió la fecha al dos de enero. Las bases orgánicas de 1842, también centralistas, fijaron el primero de febrero como fecha para la terminación del mandato presidencial "y en el mismo día tomará posesión el nuevamente nombrado".

El proyecto de la Constitución de 1856 propuso que el presidente entrara en funciones el 16 de septiembre, pero en la discusión los diputados constituyentes decretaron que fuera el primero de diciembre. De esa manera, Ignacio Comonfort, elegido inmediatamente después de promulgada la Constitución de 1857, fue el primero en asumir su cargo el día inicial de diciembre de ese mismo año. Diez años después lo hizo a su vez Benito Juárez, que volvió a asumir su cargo el primero de diciembre de 1871. También lo hicieron en esa fecha, cuando se regularizó su estancia en el Ejecutivo, Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz y Manuel González.

Francisco I. Madero no tomó posesión en esa fecha sacramental, sino el 6 de noviembre de 1911, pues su elección no obedeció a la regularidad constitucional, sino a la revolución que derribó a Díaz. En circunstancias análogas, si bien la Constitución de 1917 mantuvo la disposición de que el relevo presidencial se produjera el primer día del último mes del año, Venustiano Carranza tomó posesión el primero de mayo de ese año. Lo hizo en cambio en la fecha establecida de 1920 el general Álvaro Obregón, quien cuatro años después entregó la Presidencia a Plutarco Elías Calles. La operación recíproca no pudo realizarse el primero de diciembre de 1928, pues meses atrás Obregón había sido asesinado, y en ese día tomó posesión Emilio Portes Gil.

La regularidad constitucional que no se ha roto en ochenta y dos años, se inició el primero de diciembre de 1934 con la rendición de protesta del general Lázaro Cárdenas, que exactamente siete meses antes había sido padre de Cuauhtémoc. A pesar de que las elecciones de 1940 fueron muy agitadas (se produjeron intentos de rebelión y hasta se nombró un presidente provisional, el general Héctor López, encargado de ceder el poder al presidente legítimo Juan Andreu Almazán), la toma de posesión de Manuel Ávila Camacho fue tranquila. La consagraron, además, representaciones de gobiernos extranjeros, la principal de las cuales fue la de Estados Unidos, encabezada por el vicepresidente electo (en la fórmula de Franklin D. Roosevelt en su segunda reelección) Henry A. Wallace y de la que formó parte el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia.

La toma de posesión de Miguel Alemán no fue alterada por ningún incidente de significación, y tampoco lo fue la de su sucesor Adolfo Ruiz Cortínez, a pesar de que su elección en julio anterior había dado lugar a intensas protestas. La de Adolfo López Mateos quedó marcada por la ausencia de cuatro de los seis panistas a los que se les había reconocido el triunfo en la elección de diputados, y por la descalificación lanzada por el plan contra el ex secretario del Trabajo, al que tildó de ilegítimo.

Nada singular ocurrió en las tomas de posesión de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, el primero de diciembre de 1964 y 1970. En la de José López Portillo, que ganó su elección sin adversario formal al frente (pues el PAN se abstuvo de presentar candidato y el Partido Comunista, que postuló a Valentín Campa, carecía de registro), la toma de posesión tuvo lugar en el Auditorio Nacional (como se conjeturó que podía ocurrir esta vez, dado que estaba tomada la tribuna en San Lázaro) y en ella el nuevo Ejecutivo pronunció un discurso conmovedor, especialmente cuando pidió perdón a los pobres.

En 1982 De la Madrid estrenó, para ese efecto, el Palacio Legislativo, en una toma de posesión sin problemas. Sí los tuvo, en cambio, Carlos Salinas, seis años después. Su discutida elección y la agitada calificación de la misma se reflejaron en la ceremonia de su protesta, porque el PRI había logrado apenas una exigua mayoría en la Cámara de Diputados. Le entregó la banda presidencial Socorro Díaz Palacios, la única mujer que ha tenido esa función, hasta ahora. Las tomas de posesión de Zedillo y Fox fueron, con todo y cada una a su manera, tranquilas.


Por : trueeyes




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