Columnas de opinión del 21 de Noviembre
3:04 p. m.
Andrés y Vicente: 2 quimeras José Ortiz Rosales En los últimos 50 de mis casi 64 años de vida he sido recurrentemente obsesivo por enterarme de lo que pasa a mi alrededor, señaladamente en mi ciudad y en mi país, sin excluir desde luego el acontecer en otras latitudes del mundo. Y no tengo mala memoria pues suelo recordar algunos de los eventos más significativos de ese transito y, en verdad, no recuerdo que en alguna época pasada se hubiera dado la saña, la mofa y la artera descalificación que hoy vivimos en toda la República desde que Andrés Manuel López Obrador se convirtió, en el mundo de las posibilidades reales, en posible presidente de la República. Y también llaman la atención los torrentes de autoadulación presidencial que aun ahora, a unos cuantos días de que concluya el mandato de Fox, se siguen transmitiendo por los medios masivos de comunicación. Tenemos así dos escenarios que son elocuentes por sí mismos, el atizamiento del odio y del ridículo para descalificar a López Obrador y los millones de pesos lastimosamente botados, del erario, para seguir con la engañifa de una Presidencia de la República que en larguísimos 6 años fue a contrapelo de la eficiencia y la honestidad. Todo el aparato mediático nacional que de alguna manera controla el Ejecutivo federal, por las reconocidísimas guías de la publicidad exagerada, se ha volcado en descalificar y ridiculizar los intentos de un grupo de mexicanos por preservar la memoria de la infamia más reciente que contra México y su pueblo cometieron los que se han creído dueños del país, la elección presidencial del 2 de julio. Se está pendiente de cuanta gente asiste a las reuniones que lleva a cabo López Obrador en distintas regiones del país, y se hacen todo tipo de preguntas y cábalas sobre la forma en que se financian los gastos de las giras y las presentaciones de Andrés Manuel, y hasta se llega a la punzante sospecha de que algo turbio puede encontrarse en su incansable peregrinar para pulsar el grado de necesidad y la decisión de participar en la elaboración de un catálogo de propuestas que atajen los nuevos intentos para enriquecer aún más a los inmensamente ricos y empobrecer, aún más, a los inmensamente pobres. Vicente Fox Quesada, el gran charlatán de la historia reciente del país, persiguió quiméricamente su propio engrandecimiento y no conoció límites que a la Presidencia mexicana pudiera imponerle el protocolo, las costumbres, la reciprocidad, la educación y las buenas costumbres. Desde el mismo día que asumió el cargo que deshonró día tras días, desde ese mismo momento fue irreverente y burdo, pelafustán. Probablemente creyó, por alguna misteriosa regresión mental, que todavía desempeñaba funciones de gerente en una empresa transnacional y que todas las personas con las que trataba eran subordinados o empleados suyos y eso fue sólo el principio, pues a medida que avanzaba en el tiempo y en el conocimiento de la temática nacional y se adentraba en los irresolubles problemas que debía enfrentar y solucionar, en esa misma medida empezó el alucinamiento de que todo lo que estaba haciendo, él y su gabinetazo, era un dechado de pulcritud y eficiencia administrativa. Pero las críticas fluyeron y Fox respondió de la única manera que sabe hacerlo, con la fantasía de que todos están equivocados y sólo él está en lo cierto. Así, recurrió Fox a la propaganda pagada con los dineros del pueblo para convencer a éste mismo de que las acciones de gobierno eran las adecuadas, las oportunas y las mejores que pudieran tomarse para solucionar cada uno de las grandes rezagos que presentaba este enorme país. Pero las circunstancias físicas, materiales, ni se impresionan ni se modifican por la publicidad pagada. En el renglón de productividad agropecuaria el gobierno foxista fracasó en toda la línea y en lo único en que se incrementó en números fue en los compatriotas que abandonaron sus tierras para buscar la subsistencia que en su patria no conseguían; la planta industrial fue un fiasco en la realidad, aunque en las cifras mágicas de Fox se diga lo contrario. Sólo los grandes empresarios, amigos y socios de la clase política presidencial pudieron contar cuentas alegres, entre ellos sus entenados, los hijos de la perversa Marta Sahagún de Fox; en todos los rubros de la administración pública hubo retrocesos y fracasos evidentes, salvo en el enriquecimiento de la familia presidencial y de su círculo de íntimos. Y en ése renglón se notó más la parcialidad de los comunicadores pues las denuncias o críticas contra el foxismo se limitaban a unos cuantos medios impresos en el país y casi ni uno solo televisivo o radiofónico. Nunca como en este sexenio los concesionarios de la radio y la televisión habían tenido ganancias tan espectaculares en dinero y en especie pues el trato que les dispensó el mercader con título de presidente de la República fue verdaderamente irresponsable. Miles de millones de pesos acrecentaron las cuentas bancarias del duopolio Televisa-Tv Azteca, cuando bien pudieron esos recursos públicos aplicarse para paliar la miseria ancestral de miles de compatriotas. Y Fox a nadie le pidió permiso ni le dio aviso para gastar criminalmente tan cuantiosos recursos aportados por el mismo pueblo, al que Fox olvidaba en su quimérico propósito de pasar a la historia como un gran presidente. Pero la complacencia de la radio y la televisión, señaladamente, ha tenido otro rostro distinto del de la complacencia, el de la descalificación y la difamación interesadas. ¿Quién no recuerda el autoatentado de la esposa de Carlos Ahumada?...., ¿y quién puede haber olvidado los señalamientos flamígeros que hicieron reconocidísimos comunicadores que sin tapujos apuntaban al candidato de la coalición de izquierda como inmiscuido en lo que llamaban "atentado criminal contra la mujer y los niños de Carlos Ahumada". Y las estupideces de un conductor radiofónico del DF que en una mañana, cuando el plantón de Reforma, dijo al aire y repitió varias veces: "Tú, Alejandro Encinas y Marcelo Ebrard, chinguen a su madre los dos, junto con su jefe", en alusión inequívoca a Andrés Manuel López Obrador. Y eso fue lo menos pues en las últimas semanas de junio los poderosos empresarios aglutinados en sus exclusivas cámaras atropellaron y violentaron a ciencia y paciencia del Ejecutivo federal la Ley de Radio y Televisión y la Ley de Imprenta al desatar todo una campaña de fanatismo enfermizo y de odio irracional. Y todavía ahora no se cansan y las escuetas notas sobre López Obrador llevan el sello de la casa de la infamia y la perversidad. Ellos también, parafraseando a la décima musa, pecan por la paga pero nunca pagarán por pecar, no al menos en el sexenio de la continuidad y la abyección. López Obrador representa, aunque sea un poquito, la dignidad perdida en la mediocridad y en la impunidad que envolvió al país en el sexenio foxista-panista. Andrés Manuel será en estos 6 años la conciencia crítica y la voz que alerta y que denuncia, conciencia y voz que por cierto no abundan en libertad en este escenario actual. Andrés es un hombre consecuente, como el rey del cuento, pero los mediocres del reino no le entienden y por eso le temen, pero más allá de la quimera enfermiza del más estúpido e hipócrita de todos los presidentes que ha tenido esta afligida nación, más allá de los intereses mercantilistas, y de la explotación y de la corrupción que se dirige y tolera desde los más altos niveles de gobierno, más allá de la pobreza espiritual y de la mezquindad empresarial, más allá de esa podredumbre, perviven la dignidad y la esperanza. Andrés es presidente legítimo de los mexicanos por derecho propio y ese honrosísimo sitio no será borrado ni le será arrebatado por los intereses mercantilistas de quienes se asumen como dueños del país. En cambio el otro, el marino apocado, el político mediocre, el presidente inepto, hipócrita taimado, el corrupto confeso, ese sólo tiene un inmediato y claro destino, el cesto de los desprecios y de los desechos. [+/-] muestra/oculta esta entrada |