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“Sufragio efectivo, no imposición"

Andrés Manuel
López Obrador


“...la última de las palabras corresponde al pueblo"

Profirio Muñoz Ledo

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¡Sonrie, AMLO es el presidente legítimo!



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El programa "La verdad sea dicha" de la semana se encuentra al final del blog.

* Hoy es jueves, noviembre 23, 2006

Columnas de Opinión del 23 de Noviembre

12:11 p. m.

El 20 de noviembre o la nueva insurgencia

Agenda ciudadana
Lorenzo Meyer


El Cambio. La vida cívica mexicana se mantiene refractaria al cambio en algunas de sus características fundamentales ?como la corrupción- pero en otras las mudanzas son significativas. Entre estas últimas se encuentran las grandes ceremonias cívicas, de esas que sirven de signos de identidad. El 20 de noviembre ha experimentado un notable cambio simbólico, y no tanto por la suspensión de viejos desfiles y el surgimiento de nuevos, sino porque dio pie a la celebración de una concentración multitudinaria en el zócalo capitalino que enmarcó una ceremonia de toma de posesión de un presidente sui generis, distinto y opuesto al que reconocen la legalidad vigente y los poderes fácticos. La investidura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como "presidente legítimo", puede ser simplemente una aberración arropada por una multitud. Sin embargo, igual podría ser el inicio de un proceso de importancia significativa que logre inducir y organizar la participación pacífica, pero consciente y sistemática, de grupos numerosos, populares y contestatarios.

¿Porqué el 20 de Noviembre? Algo dice, quizá mucho, sobre la naturaleza del proyecto opositor de AMLO el hacer coincidir el 96 aniversario del estallido de la Revolución Mexicana con el inicio formal de esa peculiar empresa política destinada a confrontar sistemáticamente a la deteriorada legalidad vigente en nombre de una transformación en la naturaleza misma del actual arreglo político e institucional. Según el discurso del "presidente legítimo", lo que él se propone es encabezar la movilización pacífica de una parte de la sociedad mexicana ?básicamente sectores pobres y con un sentimiento más o menos claro de agravio- para ir rehaciendo el entramado institucional de la república hasta llegar a diseñar un nuevo arreglo constitucional. Se parte del supuesto que el actual ya no es ni legítimo ni menos eficaz para los intereses de esa mitad de los mexicanos que viven en pobreza y que constituyen la gran e injusta base de la pirámide social mexicana.

Después de 1940 la Revolución Mexicana perdió su vitalidad y se volvió una idea-cascarón, es decir, una fórmula sin contenido. Paradójicamente, esa memoria de una revolución ya muerta, hoy tiene el potencial de volver a ser un evento muy relevante para la vida pública. La razón por el cual lo acontecido en México entre 1910 y 1940 puede seguirse tomando como punto de referencia al abordar los grandes temas nacionales es que la revolución que va de Madero, Zapata y Villa hasta Cárdenas, sigue siendo un factor de identidad colectiva por la justicia de sus demandas.

La persistencia del símbolo se explica por su naturaleza y porque nada de lo que ha sucedido en el proceso político mexicano a partir de 1940 ha sido capaz de proporcionar a nuestra sociedad una alternativa como aspiración colectiva tan fuerte, contundente y legítima como la Revolución Mexicana. En tanto proyecto nacional, esa revolución que pronto va a cumplir un siglo de haberse iniciado, sigue siendo la última gran tentativa emprendida por líderes y sociedad para transformar las partes negativas de nuestra vida en común.

En la ceremonia del zócalo del pasado 20 de noviembre, y pese al frío y a lo encapotado del cielo, la izquierda se apropió de la herencia revolucionaria para arropar su visión del futuro. Así, mientras en "Los Pinos" el presidente, en una ceremonia a puerta cerrada, apenas pudo encontrar en Francisco I. Madero algún punto de identidad con ese violento estallido de ira y energía política popular de hace 96 años. En contraste, en el zócalo el líder opositor encontró perfectamente adecuado el momento para identificar a la Revolución con el sufragio efectivo, la justicia social y con su llamado a cuestionar la legitimidad del gobierno que sale como del que entra. Para la oposición de la Convención Democrática, las condiciones del sufragio del 2006 fueron inequitativas ?el desafuero, la acción sistemática de un presidente que se transformó de Jefe de Estado en el activista número uno del candidato del gobierno y la intervención ilegal de la gran empresa en favor del candidato y programa de la derecha- y, al final, marcadas por una sospecha de fraude que, desde su perspectiva, explica la negativa de las instituciones vigentes a un recuento de los votos.

Una Diferencia Central. Obviamente si quienes se han organizado en torno a la propuesta de AMLO pueden identificarse con la casi centenaria revolución, también existe una gran diferencia que se debe subrayar: si bien la meta de los actuales opositores es, de nuevo, acabar con el orden establecido, su instrumento no serán las armas, la guerra civil, sino la política y los medios pacíficos.

Semejanzas y diferencias. La Revolución de 1910 no estalló en seco. Primero el propio régimen preparó el terreno con cambios económicos ?el innegable crecimiento de las comunicaciones, la minería, la industria, la agricultura comercial, el intercambio con el exterior- pero negándose a hacer inevitables los ajustes políticos. La oposición primero intentó la política y sólo cuando no le quedó alternativa, recurrió a la fuerza. El Partido Antirreeleccionista buscó agotar las instancias legales e incluso le propuso al dictador Porfirio Díaz someter en 1910 a la verdadera prueba de las urnas no a la presidencia sino apenas a la vicepresidencia.

Todo resultó inútil. La oligarquía, los intereses creados, se burlaron de quienes les desafiaron, simplemente consideraron a Madero patético, absurdo, un payaso al que ni siquiera valía la pena eliminar sino apresar, humillar y, finalmente ignorar. Cuando, tras la caída de Ciudad Juárez, quisieron negociar el tigre ya estaba fuera de la jaula. La revolución consumió miles de vidas y aniquiló a la clase terrateniente, a los bancos y a las grandes empresas petroleras extranjeras antes de permitir el retorno del orden.

En el 2005 la derecha pretendió desaforar e incluso entregar a la justicia al candidato de la oposición para que no llegara a las urnas. Díaz hubiera entendido fácilmente tanto esta pretensión del orden establecido como el que, en el 2006, esa misma derecha no estuviera dispuesta a arriesgarse a perder la presidencia y, antes que ver a su adversario de izquierda asumir por la vía pacífica e institucional el poder, prefiriese llegar a una situación que más tarde, al examinarla, su propio aliado, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que avaló la permanencia del mismo partido en el poder, no tuvo más remedio que admitir que las condiciones en que se había dado ese supuesto triunfo, había puesto en peligro la elección misma.

Enfrentarse pacíficamente a un sistema que no ha mucho pasó del largo autoritarismo priísta a una democracia electoral bajo sospecha, no es tarea fácil y puede fracasar. Sin embargo, hay que aceptar que la empresa es factible. El porfiriato y el régimen del PRI, por su naturaleza autoritaria, simplemente no podían permitir ningún tipo de movilización independiente y menos una que se propone ser intensiva y prolongada como la actual. Hoy hay una diferencia crucial respecto del régimen que puso fin la Revolución Mexicana y también respecto al régimen no democrático que surgió de esa revolución: no hay ya la capacidad, ni la justificación para que el gobierno intente impedir la movilización permanente que propone AMLO si ésta no recurre a la fuerza.
Dentro de la derecha sin duda habrá quienes desearían que se actuara con el actual "presidente legítimo" y los suyos de la misma manera que se actuó en 1910 o en 1913 contra Madero y los maderistas ó como más tarde el régimen lidió con los líderes y seguidores del vasconcelismo, almazánismo, henríquismo o neo cardenismo, contra los maestros rebeldes de Chihuahua o Guerrero o contra estudiantes del 68 o del 71, más un largo etcétera.

Sin embargo, en las condiciones actuales es muy difícil que el ejército quiera y pueda reasumir su papel de represor o que se reinvente a la Federal de Seguridad. A lo que se va a enfrentar AMLO y la CND es a lo que queda del viejo autoritarismo en estados como Oaxaca, al uso en su contra de las organizaciones corporativas como el SNTE, a campañas de desprestigio en los medios masivos, al espionaje de los aparatos de inteligencia, a los intentos de cooptación y hasta fraudes cibernéticos, pero no a la represión abierta.

Desde luego que este análisis puede estar equivocado, pero hay que pugnar porque no sea el caso. Preparémonos pues para una larga, sucia y dura lucha política, pero una en donde las partes no acudan a la violencia para que no sea necesario que, en el futuro, México tenga que conmemorar un 2 de octubre o un 20 de noviembre del siglo XXI.

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Reconstruir el Estado

Bitácora Republicana
Porfirio Muñoz Ledo


No sorprende la actitud derogatoria con que la abrumadora mayoría de los comentarios periodísticos se refirieron a la toma de protesta del pasado 20 de noviembre. Lo que se pretende no es sólo ridiculizar el evento; se busca descalificarlo y en última instancia abolirlo. Vaciarlo de todo contenido ético y político. Presentarlo como una mascarada irrelevante. Minimizar sobre todo la presencia y el significado del principal actor del evento: La entusiasta y esperanzada militancia popular.

Muy pocos mencionan que el Zócalo estaba lleno y ninguno se refiere al gentío de las calles adyacentes, menos aún al clima de emoción y respeto que envolvió a la ceremonia. Asoman apenas escuetas referencias numéricas.

Casi todos hablan de "miles" de personas y uno alude a "decenas" de miles. Curioso sistema contable, ya que la asistencia estimada fue de medio millón, con lo que habría que multiplicar la unidad escogida por cincuenta veces en un caso y por quinientas en el otro.

Podría haberse empleado el método comparativo. Haber traído a la memoria que en 1988 la manifestación más concurrida fue de la mitad de los asistentes de ahora. O bien que ninguna de las protestas tumultuarias de los migrantes en los Estados Unidos rebasó la asistencia del lunes pasado. También pudo haberse mencionado que manifestaciones menos concurridas han derrocado regímenes políticos en varios continentes.

Dice una reconocida frase que el desdén es el tributo que la mediocridad rinde al talento. También es cierto que el ninguneo suele ser la respuesta elemental frente a lo indeseable. Quién no recuerda aquella discapacidad voluntaria de "ni los veo ni los oigo". La razón de ese gesto era la misma que la de nuestros actuales depuradores. Fingir una normalidad inexistente y negar la causa del reclamo público: La ilegitimidad de un gobierno impuesto por la violación de un sufragio.
Destacan las reflexiones bienpensantes y los consejos hipócritas. Se insiste que en una "joven democracia" los actores políticos están particularmente obligados al acatamiento de las "reglas del juego"; pero no hay mención alguna a la violación de la legalidad ni a la clausura de la transición mexicana por la voluntad arbitraria de Fox. Menos, al reconocimiento explícito que éste ha hecho de su fechoría en la descarada afirmación de que "ganó dos elecciones".

No falta quienes derraman lágrimas de cocodrilo por un supuesto extravío de las fuerzas progresistas, al transgredir las fronteras que el poder les ha marcado. Hablan de una "claudicación de la izquierda" frente a la ambición personal. Se aferran al gradualismo acomodaticio que los hizo aceptar las concesiones del antiguo régimen. Olvidan su empeño tortuoso en socavar, hace 18 años, la voluntad mayoritaria de impedir la consumación del fraude. Esa sí claudicación histórica que traicionó al movimiento popular e hizo posible la implantación del neoliberalismo en el país.
Ciertamente, la tradición más consistente de la izquierda está cifrada en la creación de instituciones democráticas. En la construcción de un Estado garante de los derechos ciudadanos que en verdad encarne el pacto social. Por ello mismo, en el pensamiento progresista han de prevalecer la honestidad política y el rigor crítico. Aceptar una escandalosa simulación institucional equivaldría en cambio a validar la violación de los principios por los que hemos luchado y echar por la borda el esfuerzo de una generación.

En ese sentido dirigí mi alocución a las familias poblanas que rememoraron hace unos días el sacrificio de los hermanos Serdán. Quién lea con atención el libro precursor de Francisco I Madero, La sucesión presidencial en 1910, encontrara la descripción puntual de lo que hoy llamamos "la república simulada": El decorado prolijo de un falso orden democrático dominado por un solo hombre y asentado en la desigualdad y la represión. Por eso la proclama de Madero es equivalente a la expresión "al diablo con sus instituciones".

El llamado central de la ceremonia fue la edificación de una Nueva República. Aquella que proteja los derechos del pueblo, defienda el patrimonio de los mexicanos y afirme la soberanía nacional. Ese cambio pasa hoy por el desconocimiento de la legitimidad de las autoridades impuestas al margen de la legalidad y por la movilización popular dirigida a impedir la consumación de más retrocesos políticos y sociales. Debe también encaminarse a través de proyectos de reforma correspondientes a la plataforma de la Coalición por el bien de todos y resumidas en los veinte puntos del programa anunciado por López Obrador.

Mientras no ocurran nuevas elecciones que restauren el orden constitucional, el gobierno legítimo puede ejercer, a un tiempo, acciones de gobierno y de contra gobierno. A través de los grupos parlamentarios del Frente Amplio hará llegar al congreso iniciativas de ley en el sentido de las transformaciones que proponemos. Podrían desvalorizarlas diciendo que no tenemos mayoría en las Cámaras y olvidando que ellos tampoco la tienen. Por ese camino desacreditarían pronto la inclinación al diálogo que pregonan.

Serán también acciones de gobierno las que tomen las autoridades locales del Frente conforme al programa trazado. El próximo ejecutivo del Distrito Federal ya se ha comprometido a emprender acciones especificas que contrarresten el alza de precios decretado por la autoridad federal. Son innumerables las reformas que pueden emprender nuestros gobiernos estatales y ayuntamientos en el marco de sus competencias. Cambios profundos de rumbo en la política municipal, modificaciones legales y administrativas de trascendencia en las entidades federativas y la convocatoria para revisar integralmente sus constituciones.

Subrayo que el punto primero del proyecto presentado alude al proceso para la renovación integral de las instituciones públicas. Conforme al resolutivo de la Convención Nacional Democrática llamaremos a un debate nacional y promoveremos un plebiscito para la elaboración de un nuevo marco constitucional. De poco valdría en efecto volver a naufragar en los laberintos parlamentarios dominados por intereses de corto plazo, en ausencia de una voluntad política fundacional que podría emerger de la consulta ciudadana y ser más tarde procesada por los responsables políticos del país.

Ese es el objetivo último que perseguimos. Es claro que no puede ser cumplido en la falsificación gubernamental ni en los bloqueos y pantanos de la vida parlamentaria. Por eso creo en la necesidad de profundizar la crisis y de encontrar las respuestas que el país exige en otro estadio histórico. Resultaría contradictorio ensalzar las virtudes de una nueva constitucionalidad y negarse a respaldar los cambios políticos que la hagan posible.

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¿Lo permitiremos?

Octavio Rodríguez Araujo

Arturo Cano (en su nota del martes en este diario) citó a un profesor de primaria de Querétaro. Quiero rescatar lo que dijo ese profesor de nombre Refugio Martínez Torres: "No sería correcto que sabiendo que ganamos nos quedemos con el golpe. Si López Obrador siguiera sólo como líder del movimiento opositor significaría que aquí no ha pasado nada, y eso no lo podemos permitir".

¿Por qué sabemos que ganó López Obrador? Por la misma razón por la que sabemos que en 1988 ganó Cuauhtémoc Cárdenas: porque el gobierno, el órgano electoral y el presidente electo, en ambos casos, se negaron a que se contaran los votos. Esto ya ha sido dicho de mil maneras; no es necesario insistir sobre el tema. Los que persisten en la duda es porque no saben qué hacer con ella. Si se hubieran contado todos los votos cuando fue exigido, no habría duda, habría certidumbre y casi todos estaríamos satisfechos, aunque no todos contentos.

¿Fue un golpe (de Estado) preparado con anticipación? Los que tienen dudas deberán preguntarse, primero, por qué se intentó sacar a López Obrador de la jugada, desde los famosos videos, pasando por El Encino y el desafuero, hasta los cientos de miles de espots del gobierno de Fox en apoyo al candidato del PAN y a la continuidad, la intromisión ilegal de la cúpula empresarial en el periodo de campañas, la campaña sucia, agresiva, descalificadota y mentirosa "que nos ha dado buenos resultados" (Manuel Espino). También deberán preguntarse por qué el extraño comportamiento matemático de las encuestas de salida que no se quisieron dar a conocer públicamente, los datos preliminares, los distritales y la negativa del IFE y del TEPJF a contar todos los votos pese a las demostraciones de irregularidades, y un largo etcétera.

¿Por qué AMLO no debía declararse (ni ser declarado) opositor? Porque hacerlo sería equivalente a reconocer que Felipe Calderón triunfó. Así de sencillo. ¿Hay pruebas de que López Obrador ganó? Sí, pero con dudas para muchos. Y esto es así porque el tribunal electoral no quiso arriesgarse a que los resultados de un conteo total de las boletas definieran los comicios en sentido diferente al acordado o predefinido. Por lo tanto, los calderonistas tampoco pueden exhibir las evidencias de que su candidato triunfara. Lo único que tienen es un dictamen plagado de galimatías emitido por un conjunto de abogados con atribuciones "conferidas" para tener la última palabra (inatacable) sobre la materia.

El profesor de Querétaro tiene toda la razón. No podemos aceptar lo ocurrido como si no hubiera pasado nada. Pasó, y está en nosotros permitirlo o no.

El lunes 20, ante una plaza llena pese al frío y a los pronósticos de los escépticos, López Obrador protestó como presidente legítimo de los mexicanos, de los que pensamos que no debemos aceptar el golpe de Estado ex ante ni al producto de este atropello "institucional". Sus enemigos lo acusan de soberbia, de ser un mal perdedor, de estar aferrado a la silla "que se le escapó", de preferir la escenografía a la política, de llevar el país a la ingobernabilidad y al abismo, y de muchas cosas que se les ocurre en sus cerebros conservadores. ¿Cómo se supone que debe actuar quien se sabe despojado? ¿Con un "ni modo" y a otra cosa? ¿Y todos los que votamos por él? ¿Complacientes, resignados e institucionales, como se nos invitó en 1988, o rebeldes y dignos? Personalmente me molestaría mucho que algún amigo extranjero me dijera que los mexicanos tenemos el gobierno que nos merecemos, en referencia a Calderón. Nos lo mereceremos si no hacemos algo, si lo reconocemos como gobernante, si nos cruzamos de brazos, si lo permitimos.

Se dice, como quien descubre por su cuenta la teoría de la relatividad, que López Obrador tiene defectos y que ha cometido varios errores. Sí, debe tener defectos y ciertamente ha cometido varios errores. ¿Y? ¿Quién tirará la primera piedra? Esto no es argumento. Lo que sabemos es que hubo un proyecto de nación que no les gustó a los dueños del poder. Tanto les disgustó que hicieron lo que hicieron para impedir que ese proyecto llegara a la Presidencia. Hoy sabemos que hay 20 puntos, 20 propuestas para la acción del gobierno legítimo (y si no les gusta la palabrita, llámenle paralelo), y que estas propuestas, si el pueblo se organiza bien, serán una presión ineludible para el gobierno espurio de Calderón (y si no les gusta la palabrita, llámenle impuesto).

Dije "ineludible" porque no podrá evitar que millones de personas se expresen sobre sus políticas, ni tampoco que los diputados y senadores del Frente Amplio Progresista tengan iniciativas o hagan política en contra de las propuestas de Calderón. Aunque parezca posible, no son ya los tiempos de Salinas de Gortari. De manera semejante a éste, Calderón tratará (ya lo está haciendo) de legitimarse desde la Presidencia que no ganó cooptando intelectuales y líderes de opinión, y con programas clientelares tipo Pronasol o malas copias de las propuestas de AMLO en campaña, ahora en el discurso del "presidente electo". Pero después del "engaño mayor", como tituló Huchim uno de sus libros de balance del salinismo, la gente ya no se traga tan fácilmente esa píldora.

México ha cambiado. No mucho, pero ha cambiado, y el capítulo de las elecciones de 2006 y la sucesión presidencial no se ha terminado. Falta mucho por escribirse.


Por : trueeyes




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