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“Sufragio efectivo, no imposición"

Andrés Manuel
López Obrador


“...la última de las palabras corresponde al pueblo"

Profirio Muñoz Ledo

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* Hoy es jueves, noviembre 09, 2006

Columnas de opinión del 9 de Noviembre

11:29 a. m.

Intereses partidistas

Plaza Pública
Miguel Ángel Granados Chapa


Tras las dos veces que el Congreso rechazó solicitudes del presidente Fox para viajar al extranjero, el Ejecutivo acudió a su privilegio de dirigir mensajes a la nación por medios electrónicos para quejarse ante la sociedad de la actitud de los legisladores. Las dos ocasiones lamentó que "intereses partidistas" entorpecieran la marcha de su Gobierno, como si él no actuara animado por intereses de corte semejante. Asestar esa acusación a sus adversarios y soslayar su propia práctica en tal sentido es un acto de hipocresía que fue especialmente notorio ahora, al día siguiente de su cínica admisión de que él ganó dos elecciones presidenciales, la suya propia hace seis años y la de Felipe Calderón.

En una entrevista al Grupo Imagen (en que presumo que participa con acciones la señora Marta Sahagún) durante el regreso de Montevideo, Fox se ufanó de su doble triunfo. En su estilo chabacano, que a él le parece sencillo, y entre risas, contestó a Yuriria Sierra, quien le preguntó si le gusta Felipe Calderón como sucesor: "Pa?qué te digo que no si sí... realmente me tocó ganar dos veces: me tocó ganar el dos de julio del año 2000 y me tocó ganar el 2 de julio del año 2006". En el contexto de su grosera intromisión en el proceso electoral, reconocida aun por el Tribunal electoral del Poder Judicial de la Federación, su campanudo autorregodeo es una inequívoca confesión de parte.

Si él ha ejercido de modo extremo sus intereses partidistas lo menos que puede hacer en guardar silencio sobre los que en su opinión esgrimen los partidos diferentes al suyo. La mayoría de los diputados (incluidos algunos panistas) negó a Fox autorización para viajar a Australia y a Vietnam no para estorbar el ejercicio de sus funciones sino al contrario, para que no deje de desplegarlas en las delicadas últimas semanas de su Administración. Aun si su sexenio concluyera en medio de la tersura con que se inició, sería impropio que la mitad del último mes de Gobierno se dedicara a las relaciones exteriores. Pero en la circunstancia presente, cuando en Oaxaca la presencia policiaca federal y la rebelión social pueden agudizar en cualquier momento el conflicto provocado por el terco Ulises Ruiz, y cuando la delincuencia organizada secuestra y asesina a decenas de víctimas cada semana, sin que nadie sea detenido por ello, a Fox sólo le faltaría tañer el laud para asemejarse a la legendaria imagen de Nerón ante el incendio de Roma.

La reacción presidencial ante la negativa del Congreso a autorizar viajes presidenciales ignora que esta práctica va cobrando normalidad, desde que en 1997 el partido hegemónico empezó a dejar de serlo. El 5 de noviembre de ese año, la flamante LVII Legislatura de la Cámara de Diputados hizo saber, de modo al mismo tiempo tajante e inocuo, que ese órgano legislativo había dejado de operar como simple oficialía de partes. El presidente Zedillo, como sus antecesores lo habían hecho inveteradamente, pidió una autorización del modo burocrático y desdeñoso que estilaba el Ejecutivo, sabedor de que en todo caso las cámaras autorizarían su viaje. En aquella ocasión, Zedillo pidió en un solo documento permiso para cuatro viajes, dos de ellos en fecha remota. La mayoría opositora autorizó los más inmediatos, como prueba de que no estorbaría el trabajo presidencial y negó los restantes, con el atinado argumento (que se actualizó ahora) de que los permisos deben tener en cuenta, así la naturaleza del viaje de que se trate como la coyuntura nacional en el momento en que se realice. En su momento, presentadas oportunamente las nuevas solicitudes, fueron autorizadas sin problema.

La misma legislatura, en diciembre de 1999, se disponía a rechazar un nuevo pedido presidencial. Para no exponer al Presidente a ese desaire, la bancada priísta rompió el quórum el día en que el asunto sería desahogado, lo que dio tiempo a Zedillo para retirar su solicitud, relativa a un encuentro con el presidente Clinton en Washington. Prudencia semejante observó Fox al final de su primer año de Gobierno, cuando calculó que su solicitud para viajar a Buenos Aires le sería rechazada (a la vista del resultado de su primera y prolongada gira trascontinental) y oportunamente la retiró.

La primera negativa rotunda que varó al Presidente fue la ocurrida en abril de 2002. El viaje previsto no incluía encuentros con el Presidente ni congresistas norteamericanos ni con el Primer Ministro o legisladores canadienses. Era sí, una gira de trabajo en que la tarea sustantiva podía ser realizada por agentes presidenciales o por el Presidente mismo sin tener que abandonar el país. La relación entre el Senado y el Ejecutivo padecía entonces singular deterioro, entre otros factores por el desdén que en los 14 meses del Gobierno el canciller Jorge G. Castañeda había manifestado al órgano legislativo supervisor de la política exterior.

En los mensajes televisados con que Fox quiso vengarse de la negativa congresional el Presidente se quejó de que la cancelación de su viaje constituía un desaire a quienes lo recibirían, cuya reacción sería lesiva para la imagen mexicana. Qué dirán las naciones extranjeras se decía durante el porfiriato en circunstancias análogas. No se reparaba entonces, ni Fox repara ahora, en qué dirán los ciudadanos si el Presidente viajara (en medio del boato en que esas giras ocurren) cuando hace falta la conducción firme de los asuntos de Estado, necesaria aunque no la hayamos experimentado a menudo.

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La verdadera desaparición de poderes

Agenda ciudadana
Lorenzo Meyer


¿Lo que hoy está en crisis en México es sólo el foxismo o también el sistema político? Obviamente el fin del sexenio abre posibilidades de cambio, pero en la medida en que el origen del desarreglo mexicano no se reduce a la Presidencia, el mero cambio de gobernante no resolverá el problema. Se requiere determinar hasta qué punto las insuficiencias que hoy muestra la vida pública mexicana no son problemas de una persona ?Vicente Fox- sino de la estructura del poder y empezar a buscar la solución de fondo.

Oaxaca. En la actual crisis política oaxaqueña ?una rebelión urbano-popular con pocos precedentes en la historia mexicana- han aflorado casi todos los problemas que hoy aquejan a nuestro sistema político, de ahí la importancia del caso.

La insurrección suriana se prolonga sin dar señales de abatimiento; hace ya tiempo que dejó de ser un hecho local y se transformó en manifestación de una patología nacional. Ya se llegó al punto en que ese complejo problema no se puede caracterizar sólo como el desvanecimiento de una estructura de poder local sino nacional. Sin embargo, lo más grave de los sucesos oaxaqueños no es la falla y descomposición de las instituciones sino la evanescencia de ese ánimo de optimismo y de confianza en el futuro colectivo que en el 2000 había traído consigo la victoria pacífica de las urnas.

En el sexenio que termina se perdió la posibilidad de un buen inicio de la consolidación de esa forma de vida política buscada desde el siglo XIX y por la que apenas ahora empezamos a transitar. En la actualidad, las encuestas y las movilizaciones nos dicen que una parte de la ciudadanía considera que se han violado las reglas democráticas que permiten dirimir civilizadamente las inevitables diferencias de intereses y de interpretación del proyecto nacional. Los desencantados pueden atribuir la responsabilidad de esta situación a la corrupción e incompetencia de los políticos y no les falta razón, pero el problema central es más serio: el mal funcionamiento de todo el entramado institucional.

El problema oaxaqueño es hoy el ejemplo más evidente de cómo los males estructurales heredados del viejo régimen aunados a la cortedad de miras, a la mala fe y a la ineptitud, transformaron un problema sindical y local en un embrollo que ya rebasó sus fronteras y que resume bien las contradicciones y defectos de líderes e instituciones para dar respuesta a las demandas de una sociedad pobre, muy desequilibrada en su estructura de clases, desconfiada del poder y agraviada por la conducta de las élites dirigentes. Por otro lado, Oaxaca también permite pensar que, pese a todo, aún no se ha perdido el impulso, desde abajo, de imaginar que es posible una condición colectiva mejor.

Cronología Significativa. Como se sabe, el problema en la entidad suriana arrancó el 1° de mayo con la predecible entrega de un pliego petitorio al gobernador por parte del gremio más organizado y mejor remunerado de esa entidad: los maestros de la sección 22 del SNTE. Ante lo que consideraron una respuesta insatisfactoria, los profesores iniciaron un plantón en la capital estatal. La situación, hasta ahí normal y predecible, dio un salto cualitativo con bloqueos, megamarchas y, sobre todo, el fracaso de la "solución de fuerza" que intentó el 14 de junio Ulises Ruiz, el gobernador priísta.

El triunfo magisterial sobre la policía en la "batalla del 14 de junio" llevó a que otros descontentos con el gobernador ?cuya elección se había efectuado dentro de la más pura tradición del PRI-- se unieran a los maestros y constituyeran la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), una gran alianza entre la sección 22 del SNTE y numerosas organizaciones sociales y municipales irritadas por la forma discrecional como el gobernador manejaba la distribución de los recursos públicos. El 2 de julio Ulises Ruiz y el PRI oaxaqueño perdieron de manera espectacular las elecciones presidencial y legislativas. La autoridad estatal ya no pudo entonces llevar a cabo la emblemática Guelaguetza (la APPO organizó la Guelaguetza alternativa, la popular) y el proceso de evaporación de los poderes estatales se aceleró, lo mismo que la constitución de una especie de gobierno por asamblea popular de la ciudad de Oaxaca.

En agosto, la APPO asumió el control de estaciones de radio y televisión, bloqueó las entradas a la ciudad y levantó barricadas en su interior. Un paro organizado por la iniciativa privada para contrarrestar a la APPO no funcionó, tampoco funcionaron los disparos nocturnos ni los ataques esporádicos de gentes del gobernador, aunque dejaron más de una docena de muertos. De nada sirvieron las reuniones convocadas por Gobernación, ni las amenazas del gobierno federal de recurrir a la fuerza. El Senado intervino sin conseguir otra cosa que el ridículo, al concluir que en Oaxaca si bien había ingobernabilidad los poderes formales no habían desaparecido y que Ulises Ruiz, aunque ya no gobernaba, podría seguir como gobernador.

Al concluir octubre, las autoridades federales finalmente decidieron mandar a la capital oaxaqueña cuatro mil efectivos de la Policía Federal Preventiva (PFP). El gobernador pudo así regresar a la Casa de Gobierno y la federación, en un intento por alejar a los maestros de la APPO, se comprometió a dar a los educadores de Oaxaca y del resto del país ¡42 mil millones de pesos a lo largo de los próximos seis años!
Las acciones federales de fuerza y cooptación fueron hechas a destiempo. El retorno de los maestros a sus salones fue parcial y el 2 de noviembre, y tras siete horas de una fiera batalla campal en las inmediaciones de la universidad ?piedras, gases, toletes, chorros de agua y químicos, bombas molotov, cohetones, heridos y prisioneros- una multitud de "appistas" obligó a la PFP a replegarse a sus bases en el centro de la ciudad.

El pasado 5 de noviembre, y mientras el gobernador apoyado por el PRI insistía en no renunciar, una APPO sobrada llevó a cabo una nueva megamarcha en su contra que contó con contingentes de fuera del Estado; el gobernador contestó el día 7 con una contramarcha de sus partidarios, que sí existen. Oaxaca está tan dividida como el país. Como sea, hoy la demanda de los insurgentes ya no es sólo la renuncia del mandatario estatal sino la transformación radical de la estructura política local.

Como bien notara The New York Times (4 de noviembre), en la antigua Antequera se vuelve a oír hablar de revolución, situación impensable apenas unos meses. Coronando el proceso, tres estallidos de bombas en el Distrito Federal que, según los grupos guerrilleros que los reivindican, son su respuesta a la acción federal en Oaxaca. El río sí que está revuelto.

Hace tiempo que los poderes locales formales perdieron su capacidad de hacerse obedecer en la antigua Antequera, pero algo similar pasó también con los poderes federales. La PFP sólo a medias ha restaurado el orden perdido en Oaxaca. La Secretaría de Gobernación no pudo sentar a las partes en disputa para proceder a una negociación efectiva. El poder legislativo, en donde el PAN necesita del PRI para iniciar su segundo sexenio en el poder, no tuvo la fuerza para ordenar la reconstrucción del poder oaxaqueño. La iglesia católica y los empresarios ?los poderes fácticos- tampoco han sabido hacerse obedecer por la parte más popular de una sociedad en la que no hace mucho ellos mandaban.

En Suma. El cuadro oaxaqueño hoy no es más que una expresión extrema del fracaso de la política que ha llevado a cabo la dirigencia de un régimen que se suponía destinado a regenerar la vida pública de México. En lo económico la inflación se mantuvo controlada pero no hubo crecimiento sustantivo ni combate a los monopolios.

La competitividad disminuyó y la exportación de mano de obra a Estados Unidos se incrementó. La condición de pobreza se mantuvo en casi la mitad de la población. Las elecciones se hicieron ?según la admisión del propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación-- en condiciones de inequidad e ilegalidad y la oposición de izquierda respondió con un presidente legítimo en contraste con el legal. El narcotráfico avanzó, la inseguridad y corrupción se mantuvieron, la relación con el exterior se deterioró, incluso con Estados Unidos.

El primer gobierno del régimen democrático mexicano resultó un proyecto fallido. Hoy la tarea es recuperar lo ganado en el 2000, empresa nada fácil dado el grado de encono que ya se ha generado y que ha creado el ambiente menos propicio para lo que es característico de la democracia auténtica: apego real a las reglas del juego, tolerancia y negociación efectiva.

RESUMEN: "Es urgente determinar hasta que punto el desorden actual es producto del foxismo y hasta que punto del mal funcionamiento del sistema en general"

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La segunda vuelta

Bitácora republicana
Porfirio Muñoz Ledo


Cuando el presidente Lula conoció el resultado de las elecciones del domingo 29 de octubre dijo: "Es un momento mágico de la democracia." Lo fue no sólo como condensación de un inmenso esfuerzo político, sino también por su contundencia y reverberación simbólica en toda la región.

El 60.8% de los sufragios obtenidos expresa la voluntad de 58 millones de habitantes, apenas tres menos que los votos directos alcanzados por el presidente Bush en los Estados Unidos, cuya población es casi dos veces superior a la del país sudamericano. Una legitimidad democrática aplastante cuyas consecuencias son continentales.

El sufragio de los brasileños no significa necesariamente el premio a una exitosa e intachable gestión de gobierno. Los resultados del mandato que termina, rodeado de escándalos y de feroces campañas de descrédito, fueron más bien modestos. Ejemplifica la resistencia política desde el gobierno contra los poderes fácticos y una victoria de la izquierda frente a sus demonios internos. Disipó finalmente los temores instigados contra gobiernos progresistas. Fue nuevamente un triunfo de la esperanza sobre el miedo.

El saldo de la elección acredita también las virtudes de la segunda vuelta en los sistemas presidenciales latinoamericanos. Las elecciones del Perú parecían confirmar la tendencia hacia el triunfo de quien obtuvo el segundo sitio en los comicios iniciales, tanto como un bloqueo electoral hacia las candidaturas de corte más radical. En el Brasil la segunda vuelta confirmó el resultado de la primera con 11 millones de votos suplementarios. Como anotó informalmente José Miguel Insulza, en los comicios iniciales hubo un voto de "regaño" que no de castigo, resarcido después con creces por los ciudadanos.

Se anuncia así una previsible transición del multipartidismo al bipolarismo en los sistemas de la región, favorable a la estabilidad política y a la conformación de mayorías y minorías claras, requisito para la gobernabilidad democrática. Este desenlace reafirma además el liderazgo asumido por el Brasil en la integración de América del Sur y en la búsqueda de una inserción más creativa e independiente de las potencias emergentes en la globalización.

Finalmente, la relativa imparcialidad observada por los Estados Unidos y por el gran capital en este proceso representa un bono de confianza de esos intereses hacia gobiernos de izquierda moderada. A la luz de lo ocurrido en México y de las intensas presiones que se ejercieron para impedir la victoria sandinista en Nicaragua, parecía confirmarse el dicho de Helio Jaguaribe: "para los Estados Unidos su zona de seguridad doméstica termina en Panamá y hacia el sur son tolerables las autonomías periféricas".

No obstante, la victoria de Daniel Ortega alienta las expectativas de una distinta geografía política en Centroamérica, más acorde con el sentido social y aún revolucionario que tuvieron las transiciones políticas de esos países. Aquí también el mecanismo de la segunda vuelta, que no fue necesario aplicar, fungió como una espada de Damocles que contribuyó a ensanchar la diferencia de votos entre los dos principales contendientes. Ayudará sin duda a esclarecer las opciones políticas aparentemente contaminadas por alianzas inexplicables.

En ambos casos, fuertes movimientos de opinión permitieron contrarrestar la excesiva influencia de los poderes económicos sobre los procesos electorales. Ello no significa sin embargo que se haya reducido la vulnerabilidad de esas democracias incipientes e indica que a partir de estos resultados debieran revisarse en su conjunto formas de gobierno, sistemas de partidos, procedimientos representativos y ciudadanización de la política. Parece evidente considerar, dentro de este contexto, la implantación de la segunda ronda electoral en los pocos países que no la hemos adoptado.

Recordemos que las primeras reflexiones académicas sobre la gobernabilidad democrática en América Latina ocurren después de la caída de Salvador Allende, atribuida en gran medida a fallas del diseño constitucional. En ausencia de una segunda vuelta en las urnas, el presidente socialista hubo de gobernar desde una minoría confinada en el parlamento y en la calle. De ahí también que los cambios de procedimientos electorales debieran de ir acompañados de la parlamentarización gradual de los regímenes políticos.

Pensemos qué hubiese pasado en Argentina si Carlos Saúl Menem hubiese sido electo con los 24.4% de sufragios que obtuvo en la primera vuelta o, en un sentido inverso, que estaría sucediendo en México si el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hubiese tomado la determinación ?con base en sus propios argumentos- de anular los comicios del 2 de julio y de convocar a nuevas elecciones para presidente de la República.

Esos son los temas inescapables de una reflexión política seria que debieran conducirnos a la revisión integral del andamiaje institucional. De otro modo, el drama de Oaxaca podría convertirse en el epicentro de una enorme convulsión nacional.

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Fox también llora

Los grandes dias del 2006
Manuel Mejido


El pueblo mexicano debe tener bien claro que el presidente, Vicente Fox, no está ni secuestrado ni maniatado por el Congreso, como lo afirmó en Cadena Nacional el pasado martes por la noche.

Le prohibieron hacer una visita a Australia y a Vietnam, de 10 días, porque el país se encuentra en la ingobernabilidad, y el problema de Oaxaca, del que trata de deslindarse tanto como los panistas, y el presidente electo, fue promovido, auspiciado y solapado por los hombres del poder, incluida Elba Esther Gordillo, la líder moral del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).

De todas las giras internacionales realizadas por Fox, ninguna ha generado beneficios reales ni tangibles para el país. Por el contrario, en muchas de ellas, los frecuentes gazapos y errores culturales y geográficos, provocaron la burla internacional y enfrentamientos con Cuba, Venezuela, Bolivia, Argentina, Uruguay, y Brasil.

Ahora pretendía salir a despedirse, con dinero del pueblo, de su hija Paulina, quien reside en Sydney, Australia, y no hay ningún otro motivo de asuntos oficiales en ese país. En Hanoi, Vietnam, se realizaría la Décimo Cuarta Reunión de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), pero sólo para despedirse de sus homólogos.

Después de seis años de gobierno, Vicente Fox no ha entendido todavía, cómo se maneja la política interna, y mucho menos la externa. El 9 de abril del 2002, el Congreso le negó visitar los Estados Unidos, porque su viaje resultaba intrascendente, en vista de que el "amigo Bush" decidió unilateralmente cancelar las negociaciones sobre un acuerdo migratorio con México.

Ahora Bush y sus amigos del interior y del exterior de la Unión Americana, padecen la venganza de las urnas, porque anteayer los estadounidenses, rechazaron la campaña del miedo, emprendida por la Casa Blanca y los republicanos para seguir en el poder.

El rechazo fue una acción electoral directa contra la guerra de Irak, contra la loca campaña antiterrorista y las inmoralidades de muchos funcionarios gubernamentales del partido Republicano, que siempre censuraron la corrupción, la pederastía y la homosexualidad y cayeron en ella.

La recuperación de los demócratas de tres Estados, de la Cámara de Representantes (diputados), y de acuerdo con las últimas tendencias del Senado (esperando el recuento de Virginia), del Senado, no fue un triunfo para México.

Los logros, los avances y los acuerdos a México, se los tienen que dar sus gobiernos, no el de Estados Unidos, ni los emigrantes al Norte del río Bravo.

Fox fue el que fracasó en el gobierno de México, no George W. Bush. El ocupante de la Casa Blanca, dejó a su país postrado en el asesinato y el saqueo con sus guerras de rapiña.

La construcción del muro de la ignominia, para frenar el flujo migratorio de muertos de hambre de Iberoamérica, especialmente de México, hacia los Estados Unidos, no va a detenerse.

El sentimiento antiinmigrante, promovido secretamente por los republicanos racistas, no va a parar. Inclusive el gobernador de California, el nazi Arnold Schwarzenegger, que logró reelegirse, programó una visita a México para hoy, luego de haber cambiado su política xenofóbica por una más conciliadora que incluye su rechazo a la construcción del muro, pero nada más de palabra, porque un gobernador nada puede hacer ante las decisiones tomadas por el Senado estadounidense.

El frentazo del "amigo Bush" y su partido derechista en estos comicios, significa casi seguro que los votantes irán hacia la izquierda moderada de los demócratas en las presidenciales, dentro de dos años, como ocurrió el domingo pasado en Nicaragua con Daniel Ortega, y como ha venido sucediendo en los últimos siete años de Sur a Norte en Iberoamérica, salvo México.

Otra derrota internacional fue, por segunda vez, el rechazo del pleno de la Organización Mundial de la Salud, a la candidatura de Julio Frenk Mora, secretario de Salud del gobierno foxista.

El castillo de naipes, construido por Fox en México, con la ayuda del "amigo Bush", el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se ha venido por tierra.
En lo interno, México es un polvorín artificial para justificar la salida del Ejército a las calles, el 1 de diciembre; y en lo externo, una vergüenza.

Como Fox y el gabinetazo desconocen la historia y la cultura, convendría hacer de su conocimiento una sabia frase, relacionada con los acontecimientos mexicanos, del gran político Joseph Fouché: "Es fácil sacar a los soldados a las calles, lo difícil es hacerlos volver a sus cuarteles...".

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Crisis nacional

Artículo de fondo
Eugenio Anguiano


La decisión del gobierno federal, de enviar a 4 mil 536 elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP) a tomar la ciudad de Oaxaca, apoyados por 120 integrantes de la Agencia Federal de Investigación (AFI) de la Procuraduría General de la República y por helicópteros y tanquetas antimotines, fue para muchos tardía y para otros más una acción equivocada. El domingo 29 de octubre se inició la tarea de desalojo de barricadas y de calles y edificios ocupados por los revoltosos, luego de los reiterados fracasos de las negociaciones que se habían llevado a cabo en las últimas semanas entre la Secretaría de Gobernación y los dirigentes de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) y de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).

Para quienes la posibilidad de cualquier arreglo partía de la renuncia del gobernador Ulises Ruiz, el retiro de la PFP y la liberación de personas acusadas de daños diversos a propiedades públicas y privadas, y otras agresiones que han paralizado por más de cuatro meses ese estado sureño, uno de los más pobres y atrasados del país.

Menos de 24 horas después de efectuado el desalojo -que varios medios de información se anticiparon en calificar infundadamente como la "toma del control de Oaxaca" por parte de la autoridad-, los secretarios de Gobernación, Carlos Abascal, y de Seguridad Pública Federal, Eduardo Medina-Mora, no vacilaban en calificar la operación como un éxito, con "saldo blanco". Pero la Comisión Nacional de los Derechos Humanos reportaba la existencia de por lo menos un muerto, mientras los voceros de la APPO denunciaban la muerte de tres personas. A los pocos días, se corroboraba que Alberto Jorge López Bernal, de 30 años y enfermero del IMSS, había fallecido a "consecuencia de múltiples lesiones que le produjo un proyectil de gas lacrimógeno en el corazón y pulmón izquierdo", y se identificaba a Fidel Sánchez García como otra víctima fatal. Esto le daba un claro mentís a las declaraciones oficiales, incluida la del mismo presidente Fox quien, una vez más sin esperar a tener la información completa, se apresuró a decir públicamente que la paz se había restablecido en Oaxaca.

Dos días después de esas declaraciones optimistas, la realidad mostraba con contundencia que el empleo de la fuerza policiaca había sido insuficiente para realmente llevar a la normalidad a Oaxaca. Lo único que el operativo había arrojado hasta el fin de semana pasado eran más heridos de entre los simpatizantes de la APPO, así como de la fuerza pública; un mayor radicalismo de los opositores, que cuentan con el claro respaldo de miles de oaxaqueños, y una imagen internacional de la gobernabilidad en México más deteriorada de lo que ya estaba, cosa que los voceros oficiales se empeñan en negar.

La crisis de Oaxaca es muy profunda y sus orígenes van más allá de la terquedad de un gobernador que tuvo el descaro de presentar una demanda improcedente de controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia, porque la mayoría de los diputados federales y unánimemente los senadores se atrevieron a exhortarlo a que renunciara, lo que en opinión del macabro señor Ruiz y sus colaboradores era una flagrante intervención federal en la soberanía del estado al que ellos son tan incapaces de gobernar, y para el que no tuvieron el menor empacho en solicitar la intervención de la fuerza pública federal a fin de que metiera el orden.

En México tendríamos que ir aprendiendo algunas lecciones del caso oaxaqueño, que por cierto está lejos de solucionarse. La primera es que los flamantes nuevos legisladores carecieron de visión política y fueron incapaces de cortar por lo sano y decretar la desaparición de poderes en Oaxaca. El Senado de la República reconoció la incompetencia del gobernador pero se abstuvo de dar el paso consecuente, la citada desaparición de poderes, porque temía complicar el clima político. Pero éste ya está completamente borrascoso, y el presidente de la República entrante heredará un conflicto al que tendrá que hacerle frente de inmediato.

Los legisladores del PAN se equivocaron en respaldar al PRI en la Cámara de Diputados, al no presionar por la salida del gobernador de Oaxaca. Por su parte, el líder de la bancada del tricolor en la Cámara Baja y su líder nacional han hecho todo lo posible por sostener a uno de los suyos, sin medir los costos políticos y el desprestigio que ello le acarrea a su propio partido.

Por último, el maniqueísmo, como postura política o ideológica, es el peor enemigo en la crisis oaxaqueña. La solución tendrá que comenzar con la salida del gobernador y la de los líderes de la APPO y de la sección 22 del SNTE, que han pretendido defender la democracia con violencia e imposición. Aunque la mayoría de los muertos en Oaxaca fueron de ellos, no debe olvidarse a quienes cayeron víctimas de la "justicia revolucionaria", como Jaime René Calvo.


Por : trueeyes




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