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Andrés Manuel
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Profirio Muñoz Ledo

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* Hoy es jueves, noviembre 30, 2006

Otras columnas de opinión

10:58 a. m.

Fox, Maquiavelo y el engaño

Agenda ciudadana
Lorenzo Meyer


Juicio. Al final, el partido en el poder ya es diferente, pero no el espíritu ni el proyecto dominante. Al final, quedó claro que la prioridad del gobierno de Vicente Fox, fue consolidar el dominio de la derecha ideológica, no la democracia.

A ocho días de acabar su período, Fox declaró que esperaba confiado, "el implacable juicio de la historia". Sin embargo, ese juicio no existe, lo que hay son una variedad de juicios, elaborados por observadores y estudiosos, una pluralidad de opiniones en torno a su persona, su gobierno y su papel histórico. En el arranque, tales expresiones tendrán un carácter acusadoramente polémico, contradictorio y crispado, reflejo natural del desorden administrativo, de la gran confrontación política, y de la aguda división social que ha dejado el guanajuatense, al concluir su mandato.

Aún cuando el observador debería guiarse por la objetividad, desafortunadamente, en el estudio de los fenómenos sociales, la objetividad plena no es posible, y menos cuando se está tan cerca de los acontecimientos, en el tiempo y el espacio.

Perspectiva. Fox y su obra pueden ser dictaminados desde múltiples ángulos: Personal, económico, administrativo, jurídico, social, cultural, político, etcétera. El que aquí se intentará, será político, y en sentido propuesto por Otto von Bismarck en 1867, al definir a la política como "el arte de lo posible". Desde esta perspectiva, el presidente no estaba obligado a lo imposible, pero sí a poner todo su empeño, en alcanzar dentro de lo posible, lo prometido: Consolidar una democracia duramente ganada. En vez de dedicar el grueso de su energía, a este propósito, lo empleó en impedir, a como diera lugar, que la elección del 2006, abriera la puerta de la alternancia a la izquierda.

La Coyuntura Histórica. Con la elección de Fox, la sociedad mexicana logró no sólo un cambio de gobierno, sino de régimen político, pues al acabar con el monopolio de 71 años del PRI sobre la Presidencia, se operó una transformación en las viejas reglas, que regían la adquisición, el ejercicio y la pérdida del poder político. México pasó del autoritarismo a un sistema plural y supuestamente democrático. El origen de tal cambio, fue la combinación de transformaciones en el entorno mundial ?el fin de la Guerra Fría, y del anticomunismo, más el surgimiento de la "tercera ola democrática"-, mudanzas estructurales en la sociedad mexicana ?urbanización, educación, acceso a la información, rechazo creciente a los abusos del autoritarismo priísta, etc.-, el esfuerzo de un buen número de actores colectivos, e individuales ?el neopanismo, el neocardenismo y el neozapatismo, entre otros- y, finalmente, el papel de Fox, como líder de una oposición conservadora, pero cargada de optimismo, energía? Y simplismo.

El simplismo como Engaño. El antiguo administrador de Coca Cola, convertido en candidato presidencial, encabezó una ola de insurgencia electoral, con una estrategia distinta de la inmediatamente anterior ?la de 1988- y muy acorde con su experiencia y formación en el arte del "marketing". Fox se vendió a si mismo, y al proceso de cambio como la respuesta fácil a un problema difícil.

Una buena parte de la sociedad mexicana, compró la idea de que si el cambio de régimen se hacía por la derecha, el proceso sería sencillo, rápido y seguro. Como candidato, el guanajuatense proyectó la imagen del líder decidido, que sin problemas sacaría al PRI de "Los Pinos", sin tocarle un pelo a la estabilidad política o económica. Una Presidencia no priísta, y "de empresarios para empresarios", aseguraría honestidad personal, transparencia de gestión, libertad de expresión, crecimiento económico, empleo, guerra a la corrupción, justicia real, nuevo trato con Estados Unidos, mejoras en la distribución de la riqueza, baja en la pobreza, arreglo rápido del conflicto en Chiapas, combate efectivo al narcotráfico, y al resto del crimen organizado, impondría un alto al deterioro ecológico, y muchas cosas positivas más.

Maquiavelo. Hace ya casi cinco siglos que Nicolás Maquiavelo, dejó en claro que en política no había nada más difícil, que lograr el arraigo de un nuevo régimen. Esa empresa siempre era una de un alto grado de dificultad, porque tendría en contra a todos los desplazados por el cambio, pero también a muchos de los aliados originales, insatisfechos al no recibir lo que esperaban. Justamente por ello, el nuevo gobernante necesitaba también una ética nueva. Para el florentino, en esa coyuntura el objetivo -estabilizar el sistema en su conjunto- justificaba los medios. Y estos últimos eran todas las conductas reprobadas por la moral cristiana, pero muy efectivas en política: La mentira, el engaño, la corrupción, la injusticia, el abuso del poder, y la violencia, pues lo que en el ciudadano eran vicios, en el gobernante que encabezaba un nuevo régimen eran virtudes.

En el inicio, Fox parecía ser todo, menos un lector de Maquiavelo. Sin embargo, alguien debió de convencerlo que para asegurar que el cambio mexicano continuara por la derecha, él y los suyos deberían de oír los consejos del gran teórico renacentista. Para un observador con sentido común era claro que la simplicidad de su "marketing" llevaba a un análisis erróneo de una realidad muy compleja, pero si finalmente el cambio prometido nunca se dio fue, para empezar, porque nunca se intentó. La meta no era el cambio, sino sólo un objetivo mucho mas limitado: Lograr que la derecha ideológica, desplazara a la derecha priísta. Y eso si se consiguió.

La gran promesa política del foxismo, fue dedicar todo su empeño a consolidar la recién adquirida democracia. Para lograrlo se debía estar efectivamente dispuesto a conducir en el 2006, una campaña dominada por el espíritu democrático, y respetar el veredicto efectivo de las urnas, incluso si eso implicaba ceder el poder al opositor.

Sin embargo, desde muy pronto en el sexenio se echó de ver que el verdadero esfuerzo desarrollado por "Los Pinos", se dirigía menos a profundizar y consolidar el cambio, y más a construir la candidatura presidencial de la esposa del presidente, es decir, a lograr la prolongación de su poder personal, más allá del sexenio. Para llevar adelante su empeño, construyó una alianza política, con una de las fuerzas más importantes del no-cambio: Elba Esther Gordillo, y su gran maquinaria corporativa: el SNTE.

El presidente decidió concentrar lo que quedaba de poder, en demoler no a los viejos intereses creados, sino a la candidatura de la izquierda: La de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Y para ello eligió un camino obviamente tramposo, pero aparentemente contundente en su resultado: Negociar con el PRI el desafuero de AMLO, en el Congreso, para anular su candidatura y no tener que confrontarlo en las urnas. Qué la razón formal de esa acción fuera ridícula ?supuestamente no detener a tiempo la construcción de una calle, para comunicar un hospital- no importó a Fox ni a la coalición antidemocrática, que ya había armado en defensa del "Estado de Derecho". Al final, no le fue posible a Fox mantener el desafuero, y debió dar marcha atrás, pero su acción se tradujo en un debilitamiento del aparato institucional.

Finalmente, en el 2006, Fox mantuvo su empeño abierto, por impedir el triunfo de una izquierda electoral. La energía que el gobierno no usó contra el narcotráfico, contra los grandes corruptos del pasado, o para resolver otros males acumulados, la utilizó contra AMLO. Tan parcial fue su conducta que el propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ?una institución que también pecó de parcial? se vio obligada a declarar que el presidente puso en peligro a la elección misma.

El Fin Justificó los Medios. Al final, Fox ganó y él mismo, así lo admitió en un acto de rara sinceridad, al declarar que entre sus logros estaba el haber ganado "dos elecciones": La propia y la de su sucesor. En el antiguo régimen, era el artífice del "triunfo" de su sucesor, pero se suponía que ese no sería el caso en el nuevo. En la medida en que Vicente Fox triunfó en el 2000, ayudó a abrir las puertas de la democracia electoral, pero en la medida en que él "ganó" la Presidencia, para su sucesor, revivió uno de los peores aspectos del viejo régimen, y contribuyó a erosionar la confianza en una democracia que aún necesita de consolidación.

Al concluir el El Príncipe, Maquiavelo justifica lo brutal de una ética política, tan vieja como la humanidad, como el único medio de sacar a Italia de su postración, y dar a los italianos la posibilidad de vivir en paz, y reconstruir la gran nación que alguna vez fueron. En nuestro caso, ¿Cuál es la justificación histórica de Fox para haber seguido, quizá sin conocerlo, el camino sugerido por Maquiavelo?

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El alto vacío

Bitácora republicana
Porfirio Muñoz Ledo


Conforme la Constitución lo establece, el día de hoy a las doce horas expira el mandato de Vicente Fox. Período, si lo hubo, colmado en sus inicios por la esperanza de cambio en todos los órdenes de la vida nacional. Nada menos que la primera alternancia pacífica del Ejecutivo Federal en nuestra historia como país independiente: La primera ocasión en que se transfiere el poder nacional de un partido a otro sin el recurso de las armas.

La inmensa desproporción entre las expectativas que generó tal hecho histórico y el indecible desastre en que termina esta gestión de gobierno, es el eje que orienta la condena unánime de la crítica. No he encontrado en la prensa nacional un solo comentario favorable y ni siquiera indulgente. Apenas en las columnas financieras aparecen datos positivos aunque escuetos, con el ánimo evidente de estimular a los inversionistas.

Todos los analistas coinciden, sin embargo, en que éste fue el sexenio de las oportunidades perdidas.
Cualquiera que sea el ángulo desde el que se contemple la conducta de Fox, la conclusión es negativa. Las cifras macroeconómicas no sirven para ocultar la falta de crecimiento, el dramático descenso en el empleo, el incremento exponencial de la migración, la ruina de la educación pública, el deterioro de las instituciones, la metástasis de la corrupción y el fracaso contundente de la política exterior.

Resalta sin embargo, el retroceso del Estado frente a los poderes fácticos: La dependencia servil ante el interés extranjero, el predominio deliberado de los monopolios sobre el mercado y sobre la conciencia pública, la extensión del crimen en todas sus expresiones y el señorío del narcotráfico sobre los poderes públicos en todo el territorio de la nación.

Semejante derrota obliga a trascender el enjambre interminable de adjetivos que a lo largo de estos días se han destinado a la persona y a la conducta del presidente. Hay coincidencia en que se trata de un personaje burdo e inconsistente, ignorante y locuaz, sectario y visceral, improvisado y mañoso. Pero lo más relevante es la patética ausencia de visión del Estado y de respeto por la historia. La palabra que mejor lo describe es DESLEALTAD, a los ideales, a los compromisos, a sus amigos y al país entero.

La pareja presidencial seguirá dando motivo para una variada literatura, rayana en lo procaz. Se insistirá en el sainete, olvidando tal vez el drama. Con el tiempo, la historiografía será más rigurosa y dará cuenta, no sólo de las dimensiones del fracaso, sino del vuelco inesperado que nuestro personaje, en apariencia inofensivo, le imprimió a la trayectoria del país.

Habrá que apartar la paja del discurso y obviar la falsa salida de la burla, para encontrar el hilo del proyecto que finalmente se tejió desde Los Pinos. ¿Es la incompetencia política la causa de este viraje o se trata de un plan premeditado para conducir a México hacia la derecha? ¿Creyó alguna vez Fox en la transición democrática y en la obligación ineludible de consolidarla o el propósito era impulsar una transición dinástica, que saciara la revancha reaccionaria contra el antiguo régimen, socavara la laicidad del Estado y entronizara al partido conservador a conducción del país por una generación?

Parece cuando menos sospechoso que la primera oferta del presidente haya sido la Reforma del Estado, que la haya pospuesto más tarde y enterrado definitivamente mediante la imposición de un sucesor y la violación del sufragio público. Basta comparar la prosa elevada que empleó Fox al inicio de su mandato con los grotescos chascarrillos en que naufragó su gestión.

En el umbral del sexenio formuló propuestas de este talante: "La sociedad votó por un cambio en las normas, instituciones y objetivos, no sólo por un cambio del grupo en el poder", "es necesario sustituir la lógica tecnocrática que dejó todo el mercado", "la mejor manera de honrar la Constitución es procediendo a su revisión integral" y esta otra que hoy parece inverosímil: "Otorgo la más alta prioridad a la integración de una gran patria latinoamericana".

Pensar que no emprendió esas transformaciones por falta de operación política o por carencia de mayoría parlamentaria sería una ingenuidad. Recuerdo vivamente la reacción entusiasta de los representantes de los partidos y de los gobernadores cuando Fox enunció la propuesta de abolir el pasado y proceder a la reconstrucción del consenso nacional y a la redefinición del constitucional del Estado.
Ha dicho José Agustín Ortiz Pinchetti que fue un momento plástico, inolvidable e irrepetible, que nos colocaba en el nivel de las más exitosas transiciones democráticas contemporáneas. Ahora estoy cierto de que ese discurso no fue sino la máscara de propósitos distintos, que se fueron revelando después. También estoy cierto de que muchas de esas transformaciones eran posibles, pero que a la intención política subyacente le estorbaba la reforma de las instituciones.

Muy pronto el gobierno se instaló en la manipulación mediática y en el desprecio al llamado "circulo rojo", que era el destinatario del mensaje original. La obsesión de concretar las reformas neoliberales se volvió primera prioridad del gobierno y el fracaso de las complicidades vergonzantes con las cúpulas del PRI, no dejó otra esperanza de aprobarlas que el triunfo del PAN en las elecciones intermedias.
Como el electorado no decidió "quitarle el freno al cambio", Fox dirigió todos los recursos a su alcance para destruir políticamente al jefe de gobierno del Distrito Federal y apuntalar la prolongación de su partido en el poder. Lo que él llamaba entre los más próximos "su reelección"; versión que hace días confirmó públicamente con la frase "gané dos elecciones". A confesión de parte, relevo de prueba.

Se discute cuál es la frase más perdurable de este sexenio. Las finalistas son: "comes y te vas" e "¿y yo por qué?". La primera como ejemplo inimitable de vulgaridad y de sumisión al poder imperial y la segunda como signo de irresponsabilidad política. Si una sintetiza su dependencia política y mental, la otra pinta la desolación de la impotencia. Dos renuncias: A la soberanía interna y externa del país.

Poco antes de morir Adolfo Aguilar Zínser me reprochaba que prosiguiera mi diálogo con Fox, por la sencilla razón de que lo consideraba absolutamente inútil. Su argumento: "No te has dado cuenta que Vicente no existe, pertenece a quien lo habita"". Me recordaba además el mote que circuló por los caminos de Guanajuato cuando Fox y yo competíamos por la gubernatura: "El alto vacío". Definición radical que el tiempo verificó.

En esa virtud, más allá de tramas palaciegas y de alianzas inconfesables está el hecho mayor que domina la vida pública del país: La formación de una formidable coalición de fuerzas de derecha que envolvió al presidente del cambio y pretende dictarnos a todos el rumbo del país. Derrotarla es el deber de los demócratas mexicanos.

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No lo extrañaremos

Miguel Ángel Granados Chapa
Plaza Pública


Vicente Fox termina hoy su sexenio con números rojos. La ocupación de la tribuna de la Cámara de Diputados por la bancada de su partido es mínima expresión de la crisis política causada por el Presidente al entrometerse en el proceso electoral. Ese es un pecado, para decirlo en términos de su cosmovisión, que nadie le perdonará nunca.

Por sí o a instancias de su esposa, que gobernó al que a menudo dejó de gobernar, Fox decidió impedir que Andrés Manuel López Obrador contendiera por la Presidencia o llegara a ella. Su mayor intento, el desafuero, culminó en fracaso admitido por el propio Fox, que tardíamente se percató de la desmesura de su pretensión y las graves consecuencias, aun en contra suya, que implicaba la exclusión del entonces principal aspirante opositor. En sus hesitaciones frecuentes, sin embargo, ya en el proceso electoral Fox volvió a fijarse como meta la derrota de López Obrador. Entró a la contienda abatiendo su propia dimensión. No sólo abandonó su papel de jefe de Estado, capaz de sobrevolar las querellas entre partidos y candidatos, sino que se constituyó en antagonista abierto del abanderado de la coalición Por el bien de todos. Más que impulsar a Felipe Calderón (a quien había llamado tardíamente al gabinete y después echó de él), Fox se propuso impedir que López Obrador ganara una elección en que la aparecía con altas posibilidades de alcanzar la victoria. Puso en riesgo la elección, dijo el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en actitud timorata, porque no extrajo de ese diagnóstico la conclusión obligada. El dictamen fue, además, incorrecto. Fox no puso en riesgo la elección: la arruinó, pues día con día se muestra el carácter pírrico de la victoria de Calderón.

Se argumenta que en economía Fox deja saldos favorables. En efecto, conservó las variables macroeconómicas como lo hicieron sus antecesores, porque en esa materia Fox fue tan priísta como Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, siguió sus recetas y obtuvo sus resultados. Aplicó la misma política a través de las mismas personas: el subsecretario de Ingresos de Salinas se convirtió en su Secretario de Hacienda. Y propuso para un segundo periodo a Guillermo Ortiz Martínez, hecho elegir gobernador del Banco de México por Zedillo, no sólo por sus prejuicios doctrinales sino, más terrenalmente, a fin de ponerlo a salvo de eventuales juicios derivados de su papel en las diversas etapas de la privatización y el rescate bancarios.

Fox contó para su Gobierno con los abultados ingresos procedentes de las exportaciones de crudo, beneficiadas por altos precios sostenidos durante largo tiempo. Pero no sembró el petróleo; es decir, no aprovechó esos excedentes para transformaciones de fondo de la economía, sino que lo arrojó al gasto corriente, por lo que los mexicanos no vieron mejorar sustantivamente su situación. Al contrario, alentó un consumismo pagadero con créditos usurarios, ofrecidos por bancos que tienen sus matrices en Estados Unidos, España, Canadá y Hong Kong. Nada de ello sería extraño en el mundo globalizado, pero implica una transferencia de recursos al exterior con perjuicio para la lánguida economía mexicana.

También fue priísta la política social de Fox, orientada por criterios clientelistas y de culto a la personalidad. Si se confiara en los mensajes propagados ad nauseam sobre algunos aspectos del programa Oportunidades, tendría que admitirse que Fox dispuso de una vara mágica suficiente para transformar como por ensalmo la vida de millones de personas, que vivieron una terrible época anterior a ese mandatario y una era maravillosa apenas él apareció en el escenario. El incremento súbito del precio de la leche popular muestra la dolosa manipulación del mismo para efectos electorales.

El fracaso de la política exterior se sintetiza en el muro fronterizo cuya construcción y financiamiento fueron decididos por el presidente Bush, cuya amistad quiso granjearse Fox como meta diplomática personal. Con la ilusa pretensión de establecer una relación especial entre Washington y México, concretada en un imaginario acuerdo migratorio, Fox y sus dos cancilleres subordinaron buena parte de la política exterior a ganar el favor del poderoso que desdeñó esos intentos. El número de jefes de Estado y de Gobierno que acudirán mañana (independientemente de las condiciones en que ocurra el acto) a la toma de posesión del sucesor de Fox es mucho menor que el de quienes vinieron a su propia protesta. Un factor de esa disminución es la diplomacia foxista, regida por la improvisación y el capricho. Si bien un representante mexicano preside el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, no dejan de pesar los fracasos en la pretensión de Luis Ernesto Derbez de encabezar la Organización de Estados Americanos y en la dos veces fallida de Julio Frenk para dirigir la Mundial de la salud, no obstante sus méritos personales y su antigua pertenencia a esa Organización.

El presidente Fox prestaría un servicio a la República si se abstuviera de presentarse a la asunción de Calderón, mañana. La Constitución no exige su presencia y, al contrario, determina que su mandato concluye esta noche, por lo que mañana en la mañana habrá vuelto a ser un ciudadano, cuya presencia estorbaría el de suyo complicado acto con que comenzará un nuevo Gobierno. No lo vamos a extrañar pero si practicara ese gesto sensato tendríamos menos motivos para deplorar su paso por la Presidencia de la República.


Por : trueeyes




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