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“Sufragio efectivo, no imposición"

Andrés Manuel
López Obrador


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Profirio Muñoz Ledo

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El programa "La verdad sea dicha" de la semana se encuentra al final del blog.

* Hoy es sábado, septiembre 23, 2006

Opinión

11:06 a. m.

Miguel Concha
Cobro de facturas

Hoy todo el mundo ha comprobado en México que la clase empresarial, particularmente aquella asociada con el capital trasnacional, y fanática de las privatizaciones a ultranza, pervierte el sentido y la eficacia de la democracia representativa, inyectándoles dinero a las campañas de sus candidatos afines, o haciéndoles descaradamente publicidad en los medios masivos de comunicación, con el propósito de cobrárselos después con prebendas, o presionándolos para dictarles las políticas económicas y sociales que deben seguir.

Cómo estará la cosa que hasta los miembros del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se vieron obligados a señalarlo en su discutible decreto del 5 de septiembre, cuando expresaron que con la campaña de medios que realizaron durante la contienda, los empresarios "violaron" preceptos establecidos en la ley electoral y en el artículo 41 constitucional, aunque dejando impunes dichos delitos.

Lo que ahora hemos podido comprobar, con información de algunos medios, es justamente el cobro de facturas para que los grandes empresarios sigan ampliando y profundizando sus ya de por sí jugosos negocios, en detrimento de la responsabilidad social del Estado y la conservación del patrimonio nacional. Hace ocho días La Jornada informó puntualmente que la Asociación Nacional de Empresas de Agua y Saneamiento -la mayor parte de ellas privadas- le planteó a Felipe Calderón en Monterrey la "necesidad" de que el gobierno "deje de ser operador y pase a ser únicamente un ente normativo", para obtener "mejores resultados", dejando la búsqueda, extracción y distribución del agua potable y las aguas nacionales en manos de los empresarios del ramo. Le pidieron también revisar los programas de financiamiento de infraestructura hidráulica del gobierno federal, para eliminar el esquema "a fondo perdido" y para que sean los empresarios quienes directamente contraten, manejen y "recuperen" el financiamiento privado en el rubro. Con el pretexto de "despolitizar" las decisiones en esta materia, según la nota del corresponsal Alfredo Valadez Rodríguez, le exigieron además "eliminar" la actual atribución que tienen las presidencias municipales de todo el país para fijar las tarifas de agua potable, emitiendo para ello una "ley de tarifas como la que se aplica en Chile, donde se cobra todo el costo del agua: su extracción, su distribución, los gastos de operación e inclusive la amortización de las obras hechas" (p. 18). Lo más dramático es que el candidato declarado electo se comprometió con ellos a "trabajar hombro con hombro", y se declaró su amigo y aliado, para sacar adelante "su responsabilidad".

Ni una palabra en efecto sobre la obligación del Estado de proveer de este servicio público a los ciudadanos que pagan sus impuestos, sobre todo a aquellos que no pueden comprarlo, como un derecho social fundamental que les asiste.

Bajo el supuesto falso de que el mercado produciría los incentivos correctos para la asignación de este recurso, desde hace más de 20 años los organismos internacionales de comercio y financiamiento presionan a los países para que desmantelen su servicio público de agua y reformen sus leyes, con el fin de que las empresas, más que nada trasnacionales, controlen y hagan negocios con el agua.

En México este proceso se inició en el sexenio de Miguel de la Madrid, con la devolución y descentralización sin recursos de la administración, infraestructura e inversión para el agua potable a los gobiernos y municipios. Prosiguió con la promulgación de la Ley de Aguas Nacionales en el sexenio de Carlos Salinas, que ya permitía en el sector rural concesiones sobre el uso y explotación de este servicio, por periodos variables de cinco hasta 50 años, con la posibilidad incluso de comerciarlas entre particulares. Continuó en 1994 con el reglamento de esta ley, que discrimina la participación de la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones de educación superior y los centros de investigación en los llamados consejos de cuenca de la Comisión Nacional del Agua, y concluyó con la reforma integral de dicha ley en 2004, que contrariamente a lo establecido en el artículo 27 constitucional, abandona parcialmente su esencia social y le abre francamente el camino a la privatización de un bien estratégico de la nación. Gracias a ello hoy en día en al menos 13 grandes ciudades los sistemas de agua tienen participación privada, y 24 plantas de tratamiento han sido concedidas o convenidas con capital privado nacional o extranjero (Suez, Vivendi, Aguas de Barcelona, Bechtel, etcétera).

Ya sabemos entonces a qué atenernos para el próximo sexenio. ¿Será capaz el Congreso de revertir esta tendencia, protegiendo este bien público y garantizando de manera sustentable este derecho humano fundamental a todos los mexicanos?

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Ilán Semo
La izquierda que sigue

Después del 2 de julio , la izquierda tendría muchos motivos para celebrar. En rigor, debería estar más feliz que nunca en su ya larga historia. Obtuvo casi 35 por ciento de la votación general, una cifra que la convierte en parte sustancial de todos los pisos sociales y culturales que componen a la nación. Recuperó el "voto útil" que uno de sus sectores había entregado a Vicente Fox en el año 2000 para "sacar al PRI de Los Pinos". De facto, desahució al tricolor y con él a la fachada -aunque sólo a la fachada- del "antiguo régimen". Hoy su influencia se extiende a todos los rincones de la sociedad: universidades, sindicatos, organizaciones agrarias, movimientos urbanos, redes migratorias, el mundo intelectual, la opinión pública y, sobre todo, no hay familia donde alguno de sus miembros no se asuma como de izquierda (whatever that means).

Su programa, la lucha contra la desigualdad social, ha desplazado a los paradigmas neoliberales y ocupa el centro de todas las fuerzas políticas. Está firmemente anclada en la estructura del Estado: no sólo cuenta con cuantiosas fracciones parlamentarias, gubernaturas y presidencias municipales, sino que actúa en el seno de sus redes sociales y asistenciales más sensibles (educación, salud, programas de vivienda y transporte, apoyo al campo, etcétera). Parece haber dejado atrás el mayor lastre de su historia: el sectarismo, una necedad no sólo atribuible a la izquierda socialista sino al mismo cardenismo durante los años noventa. En sus filas militan hoy antiguos socialistas, priístas, católicos, ecologistas, feministas, etcétera. Con ello ha abierto un territorio de reconciliación sobre todo para muchos expriístas, que han decidido optar por otra militancia. Cuenta con las corrientes más diversas, las imaginables y las inimaginables: hay una izquierda política, dividida en varios partidos, otra social, más abigarrada aún; feministas, ecologistas, el catolicismo social, etcétera. El proceso de democratización que la misma izquierda inició en 1968 y profundizó en 1988 marcha con dificultades, cierto, pero sin colapsos ni regresiones autoritarias, lo cual es mucho decir. Y sin embargo, ahí donde cualquier mente sensata esperaría champagne, optimismo, una extra de imaginación y mucho humor, lo que impera es el paisaje contrario: ánimo de derrota, caras largas, inculpaciones, retractaciones, divisiones, desconcierto. En suma, una suerte de depresión poselectoral.

¿Y todo ello tan sólo porque no logró hacerse de la Presidencia? ¡Uffff! Aclaro: no digo que probablemente no hay ganado la votación del 2 de julio, sólo que no pudo o no supo -o tal vez, en su interior, no quiso- alcanzar bajo las circunstancias actuales la Presidencia.

Ya muchos lo han explicado. Si la campaña del PRD hubiera tendido una mano a los empresarios, artífices de ese linchamiento público que significó a la propaganda panista, si hubiera optado por aliarse con las huestes de Elba Esther Gordillo, si no hubiera insistido tanto en su programa social (...), la historia podría haber sido otra. Pero entonces habría dejado de ser una forma de la izquierda para adentrarse en un espectro que siempre la merodea: el populismo. Todos los epítetos que se le endilgaron a lo largo de la campaña electoral (mesianismo, milenarismo, sacrificalismo, etcétera) son hoy balas perdidas de la propaganda. No así las críticas, más rigurosas, que se le hacen de reactualizar formas tradicionales de la política mexicana (caciquismo, caudillismo) sin el menor asomo de autocrítica (aunque, sin ánimo de justificarla en absoluto, ¿quién ha inventado en este país otra manera de hacer política real en los estratos más populares que no esté contaminada por las prácticas clientelares?). Sin duda, un grave dilema que tiene ante sí.

El 1° de septiembre el país se colocó, textualmente, frente al umbral de un auténtico abismo. No tanto por lo que sucedió en el interior del recinto de San Lázaro, sino en las calles que rodean a esa mole. Si los manifestantes del Zócalo hubieran decidido dirigirse al Congreso, que estaba rodeado por el Estado Mayor Presidencial, dispuesto ahí por Vicente Fox, hoy estaríamos hablando de otro país, uno desaforadamente violento.

Con plantón, berridos, sombrerazos y todo, la izquierda cumplió con la principal misión que le aguarda en esta historia: preservar la estabilidad política, la viabilidad del orden civil sin renunciar a sus demandas. Sin ese equilibrio civil, todo lo demás, la lucha contra la desigualdad, el sueño de una sociedad de mayores oportunidad y el derecho a la diferencia, son cuentos de hadas.

La depresión poselectoral de la izquierda tiene un origen visible. Como toda depresión proviene de una lectura peculiar sobre si misma. Sigue atrapada en el espejismo de los "hombres fuertes", de los resuélvelo-todo, del culto a la personalidad. Práctica que la izquierda socialista había desechado desde 1968, y que el nacionalismo revolucionario (y Marcos de paso) reintrodujeron a partir de 1988. Un espejismo que es, valga la redundancia, el espejo del presidencialismo que persigue a la izquierda como un enfermizo fantasma.

Lo peor que le podría pasar al PRD a partir del 2006 es lo que le pasó después de 1989: girar en torno a un solo hombre. Paradójicamente, lo fuerte del PRD es su bizarra institucionalidad que ha sobrevivido a sus poderosos, y sin duda hábiles, líderes. El PRD debe crecer a partir de sus hombres y mujeres, y no viceversa. En el México del 2006, no existe ya ese "viceversa", es una lectura agobiada por el pasado, inconcebible en una sociedad que demanda horizontalidad en todas sus dimensiones.

Entendido como gag, la formación de un "gobierno a la sombra" contribuye sin duda a ironizar una Presidencia (la oficial) que tendrá que hacer muchos méritos para ganarse una legitimidad que no ganó en las urnas. ¿Pero no habría significado un paso adelante, aunque sólo fuera para contribuir a nuestra raquítica imaginación política, que la convención en vez de nombrar una "Presidencia legítima" hubiera inventado, por ejemplo, una República Parlamentaria?

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México SA

Carlos Fernández-Vega

Un cuarto de siglo de reformas estructurales

México, al borde del precipicio

Más impuestos, menos empleos, más extranjerización

Tras dos décadas y media de "reformas estructurales" permanentes, con los consabidos fracasos económicos y sociales, la conclusión de las luminarias del mundo empresarial y de sus gerentes en el ámbito político es por demás patética: si México pretende "remediar" sus problemas económicos y sociales, "la solución es impulsar reformas estructurales".

De otra suerte, dicen, México "está condenado a arrastrar bajas tasas de crecimiento económico y creciente desempleo". Más "reformas estructurales" para tapar los enormes cráteres abiertos por las anteriores "reformas estructurales". Más gasolina para apagar el fuego, es su "recomendación".

En esas dos décadas y media los "reformadores" arrasaron. Todo se privatizó en el país, y a partir del sexenio zedillista la segunda fase se puso en marcha a toda velocidad: todo se extranjeriza, transformando a este país en un paraíso de los servicios (comerciales, turísticos, financieros, maquiladores, etcétera, etcétera). Todo, para que en ese periodo el desarrollo sea el gran ausente en la perspectiva nacional, el rezago social alcance niveles verdaderamente peligrosos, la concentración de la riqueza sea escandalosa y la tasa anual promedio de crecimiento económico se limite a un raquítico 2.4 por ciento.

Aún así, la "solución" para el atraso nacional -según su versión- es una nueva tanda de "reformas estructurales", igual de brutal que la primera. En lista de espera están las "reformas" fiscal, laboral y energética. Más impuestos, menos empleo, más extranjerización. Es la fórmula mágica que ofrecieron Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Pero como las cosas "cambiaron" en el país, esa misma ha sido la ruta de Vicente Fox y será, sin duda, la del Felipillo.

Lejos, muy lejos, de los ojos y los oídos de la población, de la lente y la pluma de los medios (porque ellos "no saben cómo deben hacerse las cosas"), los "reformadores" se reunieron en el Forbes CEO Forum México, para encontrar "alternativas" para este país que, dicen, "se encuentra al borde del precipicio". Su "solución", aseguran, permitiría "lograr una tasa de crecimiento anual de al menos 5 por ciento".

En dicho foro se reunieron muchos de los que a lo largo de esas dos décadas y media privatizaron y extranjerizaron absolutamente todo, los mismos que en su momento prometieron altas tasas de desarrollo, igualdad de oportunidades, empleo, mucho empleo, y altas tasas de crecimiento económico, y los mismos que tienen altas posibilidades de incorporarse al gobierno de la "continuidad" para seguir con las "reformas estructurales".

Hasta que llegaron los genios y sus "reformas estructurales", la economía mexicana crecía a un ritmo anual de 6 por ciento. Inclusive, en algunos años de esa época se registraron tasas de crecimiento económico de 11 y 10 por ciento.

A partir de las "reformas estructurales", la tasa de crecimiento económico ha ido paulatinamente para atrás. En el sexenio de Miguel de la Madrid, la mayor de esas tasas fue de 3.41 por ciento (1984), aunque concluyó el periodo con un promedio anual de 0.34 por ciento.

Llegó Salinas de Gortari y los "reformadores" aceleraron el paso. El mejor año fue 1990, con una tasa de crecimiento económico de 5.18 por ciento, pero el promedio anual fue de 3.9 por ciento. Saltó Ernesto Zedillo a la palestra, y los "reformadores" metieron el acelerador; su garbanzo de a libra fue 1997, con un crecimiento de 6.78 por ciento, aunque el promedio sexenal apenas llegó a 3.5 por ciento, menor que el de su antecesor.

Y llegó el "cambio", con los mismos "reformadores" al volante y extranjerizando todo lo que se movía. Recibió una economía a modo ("democracia de, para y por los empresarios"), y el mayor de sus logros se registró en 2004, con una tasa de crecimiento de 4.2 por ciento. El sexenio, si bien va, reportará un promedio anual de 2.2 por ciento, una tercera parte de lo registrado 25 años atrás, y la menor en esas dos décadas y media de "reformas" tras "reformas".

Viene la "continuidad", con los mismos "reformadores" al frente, y no existe mayor "salvación" para este país que "se encuentra al borde del precipicio" que las "reformas estructurales, específicamente en el rubro laboral, fiscal y de energía".

De acuerdo con las estimaciones del gobierno foxista, con las "reformas estructurales" por él promovidas (es decir, las mismas que ahora fomenta el Felipillo) la economía mexicana crecería 5 por ciento anual. Para ello, desde luego, sería menester privatizar el sector energético, clavar el puñal fiscal a los contribuyentes de siempre y ofrecer empleos cada vez más baratos y sin prestación alguna.

Dicho cálculo fue hecho cuando el "cambio" proyectaba un crecimiento económico de 3.5 por ciento, sin "reformas". Con éstas, aseguraban, se lograría una tasa de 5 por ciento, es decir, una mínima diferencia de 1.5 puntos porcentuales, o lo que es lo mismo, nada.

Las rebanadas del pastel:

Por lo visto, no sólo son "reformadores" fracasados, sino pésimos vendedores.

cfvmx@yahoo.com.mx / cfv@prodigy.net.mx


Por : Anónimo




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