Columnas del 17 de septiembre
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Diario de Guerra (electoral) José Agustín Ortiz Pinchetti ¿Hacia el bipartidismo? La convención nacional democrática es un hecho insólito en el México contemporáneo. Responde a un agravio. El presidente Fox, quien llegó al poder por la vía democrática, decidió eliminar la posible alternancia. Para ello empleó todos los medios lícitos e ilícitos fraudulentos. Lo peor fue la campaña de odio y miedo alimentada por los dineros de una parte de la oligarquía. Esto no sólo detuvo el ascenso de AMLO, sino que dividió al país. Lo asombroso es que la respuesta ha sido una resistencia pacífica. En cualquier país democrático, que padeciera un asalto semejante, la respuesta de gran parte del electorado hubiera sido la violencia: hasta hoy no se ha derramado sangre ni se ha roto un vidrio. La irregularidad de las elecciones y la división entre los mexicanos ha hecho patente no sólo el deterioro y corrupción de las instituciones, sino el carácter piramidal de nuestra sociedad dividida en estamentos, en la que la movilidad social se ha estancado junto con el crecimiento. La exigencia de reformas profundas y hasta la constitución de una nueva república empieza a convertirse en una exigencia colectiva, que comparten incluso los que no creen en el fraude y los que están con la derecha. La convención tiene grandes logros, además de su carácter numeroso y pacífico. Los múltiples ejercicios de autogestión que nos recuerdan la movilización espontánea del pueblo en los sismos de 1985. La austeridad, ya que los convocantes no hemos tenido recursos para transportar a la gente o para hacer una intensa campaña de propaganda que pudiera contrapesar las calumnias y mentiras de la mayoría de los medios. Tendrá otros frutos: el anuncio de un Frente Amplio Progresista es el primer intento de unidad de una gran corriente que va desde los liberales hasta la izquierda radical no violenta. Además esta enorme asamblea demuestra el despertar de una faja importante de la población, donde participan todas las clases sociales, pero donde predominan representantes de clase media baja y de la gente pobre, que está adquiriendo una conciencia política moderna. Fenómeno que no ha sido bien estudiado hasta hoy. Esta nueva corriente política surgió en las campañas de AMLO. De la convención surgirá una iniciativa para organizar y darle dinamismo y poder para resistir y para participar en la construcción de la política. De la convención surgirá un polo que con el tiempo podría convertirse en una fuerza política reformista y modernizadora, adversaria de las corrientes conservadoras del PAN y del PRI que se han nucleado al rededor de Fox y ahora de Felipe Calderón y a las que responde, nos guste o no un tercio de la población. ¿Empiezan a perfilarse en México el resurgimiento de los partidos históricos? Un partido reformista y uno conservador. Esta bipolaridad garantizaría la vitalidad de la democracia mexicana y sería muy semejante a la que existen en países con democracias maduras. -----------------> A la mitad del foro León García Soler Presidencia itinerante y presidente en fuga La autocrítica sólo sirve para la descalificación de nuestro movimiento": Leonel Cota Montaño. Y así fue como se reunieron Alejandro Encinas y Carlos Abascal en el balcón central del viejo Palacio del Ayuntamiento. El Grito en el Zócalo, en la Plaza de la Constitución. Plaza tomada, plaza abandonada, de todos, de nadie. El desfile del Ejército de la Revolución Mexicana, "el paseo del pendón", no pudo verse alterado por la coyunda ecuménica del oscuro sinarquismo y el comunismo que antes de la caída se convirtió al rito democrático, vía encuentro casual del eurocomunismo a la Martínez Verdugo y el reformismo a la Jesús Reyes Heroles. En Dolores, Hidalgo, bajo la lluvia, Vicente Fox sonreía al lado de doña Marta Sahagún de Fox. (Cosas del matrimonio civil, de las pecaminosas reformas de Lerdo y de Juárez). Grito en el atrio desde el que Miguel Hidalgo y Costilla predicó libertad, igualdad, fraternidad. La campana que llamó al pueblo aquel amanecer de 1810 está en el Zócalo de la capital de la República, sobre el balcón central de Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo de la Unión; plaza tomada por los de la convención de ayer y abandonada por quien tiene prisa por dejar la Presidencia: me voy el último día de septiembre al rancho. Bucólico retiro para el deslumbrado por el Maquío, para el que sacó al PRI de Los Pinos; fallido destructor de la República laica, federal, democrática, representativa. Siempre hay un Pío Marcha cuando se necesita cambiar la carreta alegórica de paja por una carroza imperial. Siempre hay un tribuno dispuesto a recitar los versos épicos del poderoso en turno, liberal o conservador, radical o reaccionario. Magia de la transición en presente continuo. Porfirio Muñoz Ledo, el que fue arriba y adelante con Luis Echeverría, el que susurraba recetas de las brujas de Macbeth al oído de José López Portillo, el que acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas en el desgajamiento del tronco común, el que en busca de su propio destino manifiesto volvió a cambiar de chaqueta para ponerse al servicio de Vicente Fox y, sin dudar un solo instante, cambió de jinete a medio río para ponerse al servicio de Andrés Manuel López Obrador, anuncia el arribo de "la cuarta República". Ayer mismo debió haber sido día uno del mes uno del año uno del calendario de Macuspana. Nada espurio sobrevivirá. Leonel Cota Montaño acudió al filósofo de Güemes para sentenciar que la autocrítica es vicio solitario. Y el gran Porfirio no incluyó en la afrancesada cuenta de repúblicas la de su tocayo oaxaqueño. Díaz, el del porfiriato, liberal, atento al pulso de la modernidad, del positivismo, de los científicos. En cuenta el lapso en que dejó la silla al cuidado de su compadre El Manco González, aquel Porfirio mandó desde 1877 hasta 1910; República tuxtepecana en lugar de la República Restaurada. Ah, la dicha cambiante del valor de las palabras que permite al valiente Manuel Camacho salirle al paso a la autocrítica y decirle a Cuauhtémoc Cárdenas que él, Manuel Camacho, es el único que sacó la cara por la izquierda cuando las cosas se ponían feas. En la plaza abandonada, Andrés Manuel López Obrador no pudo dar el Grito el viernes 15 de septiembre de 2006. Pero después del desfile llegó la hora de la presidencia itinerante. Que buscan una nueva manera de gobernar, dice Lorenzo Meyer; que todo es simbólico, añade el historiador que sabe lo que es y lo que vale la República Restaurada. Hoy, "del infierno al purgatorio", o al revés volteado. Una convención nacional democrática, con delegados de un solo hombre, desembocaría fatalmente en poder constituido sin más fuente y origen que el voluntarismo en el ágora mediática de las evanescentes palabras entendidas como valores simbólicos. Antes que el tribunal resolviera la validez de la elección presidencial y se publicara el bando solemne que declara presidente electo a Felipe Calderón, el de Tabasco habló de convocar a una asamblea constituyente. A poner los bueyes delante de la carreta. Pero la prisa de uno por irse y la ambición con la que los dioses ciegan a quienes quieren perder, alentaron la devoción cortesana al líder político transmutado en guía providencial; los sicofantes redefinieron el carisma; las soldaderas de la igualdad decidieron que nadie igualaba la pureza del mesías. Y se encendieron las farolas a plena luz del sol. Cuauhtémoc Cárdenas se mantuvo parco, distante, hijo de quien fuera mal llamado esfinge de Jiquilpan. Pero a los gritos destemplados desde el anonimato siguieron las condenas del desvarío intelectual, de la desmesurada defensa del guía del movimiento, del líder sin par en la historia, cuando menos en la del siglo XX y lo que va de éste. Y Cuauhtémoc Cárdenas respondió por escrito y expresando su afecto a Elena Poniatowska. Que no hay motivaciones personales, sino convicciones políticas no compartidas, dijo. Y la profunda preocupación por "la intolerancia y satanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista y sus decisiones." Dirán los combatientes del movimiento, sobre todo los que nada más han olido pólvora los días 16 de septiembre, que es mala hora o mala intención citar a quien ya habían enviado a la gloria de los archivos de la historia. Lo absurdo, lo peligroso sería callar; dar la razón a la frase sin sentido de Leonel Cota. Y abrir la puerta a la intolerancia parda de la reacción. Ahí, en la radicalización desmesurada acaban por topar, por juntarse los extremistas de la izquierda y de la derecha; caldo de cultivo del absolutismo, del totalitarismo, en las tentaciones fascistoides alentadas por el vuelco finisecular y el nuevo orden global del imperio único, la verdad única, la democracia con aval de Washington; el dogma de los neoconservadores, el yugo del mercado que genera riqueza para concentrarla y multiplica los pobres. Con el vuelco vino y se fue Vicente Fox. Llegó en olor de santidad, alabado por los dueños del dinero, la gente decente, la mochería y la clerigalla. Pero también por quienes anhelaban el sufragio efectivo que tanto nos eludió; compañeros de viaje de reaccionarios y legionarios que aplaudieron la convocatoria foxiana a "hacer una revolución como la cristera". Lo encubría el manto de la bien ganada popularidad. El infantilismo democrático ayudó a verlo ya convertido en estatua en el nuevo Paseo de la Contrarreforma. Burlonamente lo llamé "el joven Macabeo" en este espacio. Pero así lo veían y lo ven, en serio, como moderno Miramón, "los reaccionarios que también son mexicanos." Se va derrotado. Deja la plaza a merced del adversario. Permite que un opaco Santiago Creel suba a la tribuna del Senado, no para lanzar una catilinaria contra López Obrador, sino para aconsejarle prudencia al César, quien así deja de serlo y de parecerlo. En la capital de la República, sinarquismo y comunismo de la mano: lobos y ovejas en el mismo prado. Pero el balcón central de Palacio, vacío, cubierto por manta púrpura de duelo, palio, mortaja. "Se ve sombrío", dijo Ricardo Monreal, "como será el sexenio." Faltaba la convención. De aquí p´al real, presidencia itinerante o fija, se acabó lo simbólico. --------------> Guillermo Almeyra* Algunas tareas urgentes de la CND Con la CND se pasa de la resistencia a la combinación entre ésta y la refundación de las instituciones y del Estado cambiando la relación de fuerzas entre las clases. El rechazo al gobierno espurio y a su seudopresidente impuesto por un fraude descomunal, y el nombramiento de un presidente legítimo pero no legalmente reconocido, con un gabinete paralelo al oficial, extienden ahora a todo el territorio nacional la situación de doble poder que se ha instaurado en el estado de Oaxaca, donde la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) controla el territorio, emite bandos de gobierno, ejerce el poder de policía. México tiene ahora -como en otros momentos de su historia- dos gobiernos enfrentados en una lucha que dirimirá, o la represión masiva para que todo "vuelva al orden" o, por el contrario, la extensión nacional y profundización de la movilización y la organización de los sectores populares que se oponen al gobierno de la derecha. Los desenlaces pueden ser, respectivamente, una dictadura del imperialismo y del gran capital o la convocatoria a una asamblea constituyente que reorganice el país. A diferencia de las anteriores, ésta no sería convocada desde arriba por las fuerzas políticas, sino por un gran movimiento de masas compuesto por miles de comités y asambleas populares en cada estado o región, ya que el movimiento social actual -el más importante y extenso desde los años 30- no depende del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y mucho menos de la dirección del mismo, sino que se apoya en ese partido y en sus aliados, pero va mucho más allá de ellos. En realidad, con la convención nacional democrática (CND) nace un gran frente social amplio de salvación nacional, compuesto por partidos y sectores que se mueven en las instituciones actuales, pero también por sindicatos, organizaciones campesinas, indígenas, ONG, grupos populares y de intelectuales que buscan cambiar el marco institucional. A la reorganización de México se une así la resistencia y la oposición dentro del sistema y se superponen, en geometría variable, objetivos, fuerzas, programas. El gobierno espurio tiene a su favor el apoyo del imperialismo y del gran capital extranjero y nacional, que controla y explota el país, más el de la jerarquía eclesiástica, así como el conservadurismo pasivo de la mayoría de la población (quienes se abstuvieron, quienes votaron por el PAN, quienes lo hicieron por el PRI o el Panal). Pero sus intenciones represivas y fascistoides van más allá del conservadurismo y esa endeble mayoría pasiva podría desvanecerse si da, como inevitablemente tiende a dar, un paso en falso (IVA sobre medicinas y alimentos, destrucción de la legislación laboral, importación libre de maíz y de frijol subvencionados por Estados Unidos, privatización de Pemex o de la sanidad, represión brutal y masiva). La CND podría disolver como nieve al sol esa mayoría conservadora que existe en el interior si no se limita a dar el apoyo plebiscitario a Andrés Manuel López Obrador o a la mera oposición institucional sino, por el contrario, llegase a unir la lucha por el respeto al voto, a la voluntad popular, a la ley y la Constitución con las reivindicaciones concretas y de clase de cada sector y de cada localidad. Porque no hay una barrera divisoria entre la reorganización democrática del territorio, en asambleas, para resolver el problema del agua, de la contaminación, de los drenajes, de los salarios, del caciquismo o de la falta de trabajo, de recursos o de insumos para la producción -todos los cuales son problemas democráticos- y la lucha por la democracia, contra la corrupción de los gobernantes y de sus instituciones. Sin democracia no hay justicia, sin justicia no hay agua ni libertad, trabajo o salarios dignos, educación o derechos indígenas. La gran asamblea inicial del 16 que nombró al presidente legítimo, por lo tanto, debería continuar con miles de asambleas populares y de comités locales que concienticen a sus conciudadanos y, a la vez, organicen el doble poder local. Esos comités elaborarán los cuadernos de reivindicaciones, los programas locales que, como arroyuelos, confluirán en los puntos comunes esenciales de un gran programa común que dará contenido a un enorme torrente social. Es necesario, al mismo tiempo, ganar apoyo y legalidad a escala internacional con una gira que visite las capitales principales, aísle al usurpador, obtenga el apoyo de los trabajadores, sus organizaciones y de los pueblos. Esa gira debería continuar por todas las capitales de los estados y las principales ciudades creando frentes sociales y comités locales, que resuelvan, organicen, renueven sus dirigentes, revocándolos si fuera preciso, y creen miles de nuevos líderes y cuadros, no forzosamente coincidentes con los que fueron elegidos con vistas a las elecciones. Eso podría recuperar lo que hay de válido en la otra campaña, o sea, el llamado a la autorganización y, en la defensa de los presos de Atenco -como plantea ya el PRD mexiquense- o de la lucha de Oaxaca y acercar a quienes, en esa otra campaña, no hayan sido cegados por el sectarismo. El frente opositor creado en el Congreso debería servir y apuntalar esta movilización proponiendo proyectos de ley que impongan la revocación de los mandatos parlamentarios, la reducción a la mitad de los sueldos de presidente, secretarios y congresistas, el reconocimiento de los derechos indígenas, un aumento general masivo de salarios para desarrollar el mercado interno. La CND debe cambiar el país a partir de la voluntad de lucha de millones de mexicanos y de sus necesidades y reivindicaciones. Como en Bolivia, la constituyente sólo podrá ser el resultado del movimiento social y del respeto por el resultado electoral real. * Profesor-investigador de la UAM-Xochimilco ----------------> Rolando Cordera Campos Un movimiento llamado gobierno Chocante como es, la idea de un "gobierno itinerante", que no cobra impuestos ni dispone de fuerza pública, puede volverse un factor político de renovación por la vía de los hechos que dé cauce a la enorme movilización social que articuló la campaña de Andrés Manuel López Obrador. Si algo como esto es lo que dispone la convención nacional democrática, el país entrará en una nueva etapa de su difícil evolución política en busca de un orden democrático que satisfaga a los más y no sólo a las elites previamente satisfechas. Los trabajos y los días de la convención serán arduos y largos, pero de convertirse en una fuerza política nacional capaz de incidir en la gestión del Estado, se pondrá en posición de ser una auténtica concertación gobernante, que es lo que reclama y reclamará el país en estos años que volverán a ser duros, pero tal vez también promisorios. La necesidad de crecer como sociedad y como economía se ha puesto en el orden del día y se vuelve posibilidad en la medida en que los actores sociales toman conciencia de que no sólo es una necesidad sino una condición de existencia. De los reclamos de justicia política y social que inspiran a la coalición, y seguramente ordenarán las deliberaciones de los convencionistas, podrá emanar un cuerpo programático e ideológico que contribuya a sanear el torcido ambiente cultural y de comunicación que nos ha heredado este lamentable primer gobierno de la democracia. Dos desafíos están ya sobre la mesa de la convención. En primer término, salir sin prisa pero sin pausa de la instancia asambleísta y masiva que ha acompañado la protesta política poselectoral y definir una agenda que no pueda ser secuestrada por sus operadores sino propiedad del conjunto. Es decir, socializar su discurso y expropiarlo de los intérpretes del grupo dirigente y del dirigente mismo. Sin esto, la convención como movimiento tendrá vida corta, y su pretensión de ser gobierno, credibilidad menguante. Por otro lado, empezar a concretar cuanto antes esta vocación de gobierno de la sociedad y del Estado que su líder le atribuye y le propone. Si se trata, en efecto, de una hipótesis de trabajo para una política de poder y de transformación institucional, como se ha dicho y redicho, la convención tiene que expresarse en las cámaras del Congreso de la Unión y en los congresos de los estados y en los ayuntamientos con voz legislativa y de Estado, no sólo para darle materialidad a su discurso justiciero sino para empezar a construir un orden democrático estatal del que a todas luces la nación carece. Erigir sobre la recientemente creada coalición parlamentaria de la izquierda un eficaz gabinete en la sombra sería, sin duda, un primer y significativo paso para probar las bondades de un régimen diferente al presidencial, parlamentario, que nos permita desplazarnos con alguna tranquilidad a la reforma constitucional de fondo que le urge al Estado. Pero a la vez, una fuerza que se ve a sí misma como fuerza gobernante no puede dejar para después la urgente tarea de una reforma social del Estado como la que enarboló, no siempre con claridad y precisión, Andrés Manuel López Obrador en su histórica campaña presidencial. En las cámaras tiene que postularse como iniciativa de reforma y ley esta transformación fundamental, pero es en los gobiernos estatales y en los municipios donde el frente progresista tiene presencia dominante, donde tiene que empezar a concretarse esta voluntad de transformación en pos de la justicia y de la libertad, fórmula que inspira la magna movilización de los iguales que nos ha traído hasta aquí. Atrás debe quedar el plañidero reclamo de rendición dizque institucional que la derecha ha convertido en salmo. Pero para eso, es preciso discurso y organización, programa y juventud que opere como gozne entre una generación aguerrida que salió del pasmo al que la tenía sometida la hipocresía de la alternancia foxista y el futuro al que México tiene derecho. Probarlo con las armas de la razón y la política, demostrar que esta última puede y debe estar al mando sin distorsionar, sino para fortalecer los tejidos de la cohesión social y de la economía, es la gran promesa, así como el gran reto, de este movimiento que decidió bautizarse como gobierno. Este artículo está dedicado a Alejandro Encinas, quien dijo y mostró que la política es y debe ser fuerza productiva. [+/-] muestra/oculta esta entrada |