Editoriales del 12/09
8:43 a. m.
¿El voto es un documento público? Enrique Dussel A.* Se ha juzgado que el voto no es jurídicamente un "documento público". Habría que reflexionar un poco sobre ambos términos: lo de "documento" y lo de "público". Nos situaremos en un nivel del sentido común y de la filosofía política, nivel que fundamenta el sentido jurídico del asunto. Llamamos "documento" a un instrumento material en el cual se deja constancia de un momento subjetivo: una idea, decisión o intención. En el código de Hammurabi, hace unos 37 siglos en Babilonia, sobre la arcilla todavía mojada se escribía con un cincel en escritura cuneiforme la venta de una casa, por ejemplo. Dicha arcilla se cocía como un ladrillo y se guardaba en un archivo. Era un "documento" que probaba la existencia de la decisión y el hecho de la venta de una casa. El "documento" expresa externamente una voluntad subjetiva interna. El voto, o mejor, la papeleta que expresa la voluntad ciudadana es el momento documental por excelencia de la vida política, más incluso que la Constitución. La Carta Magna es la ley fundamental creada por una Asamblea Constituyente, pero sus miembros fueron elegido por votos. Los votos constituyen a los constituyentes en cuanto tales. Y el poder delegado del pueblo es el "poder constituyente" que proclama una Constitución. El voto indica el momento en que la voluntad subjetiva, íntima y secreta del ciudadano se expresa, se "aliena" (diría Hegel, en otro sentido que Marx), se "hace cosa": es la papeleta que junto a la totalidad de todas las papeletas o votos expresa la "voluntad del pueblo". Es entonces el "documento" más "sagrado" de todo sistema político, de lo político en cuanto tal. Es la última referencia "documental", probatoria, de la decisión instituyente de la comunidad política. Ante la duda razonable sobre la suma de papeletas en una elección, jamás habría que destruir esos documentos probatorios. Por el contrario, el culpable de dolo sugerirá una pronta extinción de la prueba para borrar la posibilidad de que se pruebe el ilícito. En 1988 los que recomendaron la quema de papeletas probaron la culpabilidad de sus conciencias: si se archivan documentos de menor importancia no podrían aducir falta de espacio o incomodidad en conservar por un tiempo ese material. El que se sabe culpable apresura la desaparición de las pruebas. Por otra parte, podría pensarse que la boleta no es un documento "público". Lo privado y lo público son dos modos de la intersubjetividad, ya que aun lo íntimo supone otros sujetos. Lo privado no es lo íntimo-solitario, ni lo público político es lo efectuado ostensiblemente a la vista de la comunidad. Una empresa "privada" comporta un acto visto por todos los miembros de la comunidad y no es "pública". Cuando hablamos de lo "público político" (en este caso el voto) se invoca lo ostensible, visible, constatable, pero en referencia a momentos (acciones, instituciones) de la sociedad política como un todo (en pocas palabras: en referencia al Estado, en sentido restringido o ampliado, a decir de Antonio Gramsci). Acto políticamente público es promulgar una ley o imponer un castigo por incumplirla. Es este sentido, el voto o el instrumento -apretar un botón de computadora en Brasil o trazar una cruz en un papel impreso en México- que expresa la voluntad del ciudadano ¿es un documento público? Pareciera que tal instrumento objetivo es el documento "público" por excelencia, en torno al cual todos los otros documentos públicos guardan una referencia de fundamentación ontológica. Es decir, ese documento público llamado voto es el documento sobre el cual los restantes documentos fundan el hecho de "ser públicos". El voto es la expresión objetiva, absolutamente primera, por la que la voluntad del pueblo (la sede primigenia del poder en sí, que hemos llamado potentia en nuestra reciente obra 20 tesis de política, publicada en Siglo XXI) se desdobla, constituyéndose en una entidad objetiva, desde donde se despegarán todas las instituciones políticas que deberán ejercer delegadamente ese poder (lo que llamo la potestas). En ese sentido, el voto es la mediación constitutiva de dichas instituciones, que podrán producir documentos "públicos". Lo "público" de todos los documentos de las instituciones públicas depende del voto que constituyó a los representantes que organizan y ejercen esas instituciones. El voto es el "documento público" que instituye lo público de todos los documentos públicos, políticos o jurídicos restantes. Que un juez dicte sentencia sobre lo "no-público" del voto es haber desvirtuado el sentido de lo jurídico. Lo jurídico es un momento de lo político (un momento del sistema de legitimidad político, y por ello del estado de derecho), pero no puede negar lo "público" de un "documento" fundacional de todo derecho. El voto expresa el poder constituyente del pueblo. Francisco Suárez, el gran filósofo político fundador del derecho moderno, expresa muy bien que la democracia podría definirse como un régimen natural, en cuanto a la decisión de adoptar una monarquía o una república aristocrática o democrática, y debe decidirse por el "consenso" de la comunidad, que actuaría antes de toda institucionalidad acordada. Por ello, la única forma de decidir sobre los momentos de lo "público" consiste en votar acerca de diversas posibilidades de acuerdo público. El voto, siendo la expresión ontológica primera que exterioriza la voluntad interior del ciudadano, es el primer momento público del campo político, y, si queda expresado en una papeleta, es el documento público por excelencia. Destruir ese documento revela la conciencia torcida de una persona o institución. ¡Hay que guardar esos documentos para el juicio de las generaciones venideras; destruirlos es un crimen contra la comunidad política presente y futura! *Filósofo -----------------> Mal parado Julio Hernández López Astillero
Cual sucedió con Luis Donaldo Colosio cuando Carlos Salinas se negaba a reconocerlo como heredero necesitado de su propio espacio de poder, Calderón tiene encima la bota de Vicente Fox y la zapatilla de Marta Sahagún (en su discurso de este domingo, Calderón parafraseó la descripción que de sí mismo hacía Colosio como producto de la cultura del esfuerzo y no del privilegio, y el michoacano también pareció acercarse al "Veo un México..." del sonorense con referencias a "sueños" políticos). Tan breve es la estima de la pareja presidencial por quien teóricamente habrá de ocupar Los Pinos que la producción verbal del ex gobernador guanajuatense sigue causando problemas y alboroto como si no le faltaran menos de tres meses para entregar el poder. Fox baja la cortina del changarro en términos administrativos pero no le suelta a Calderón ni una fotografía del timón de una política convulsa y altamente peligrosa (Oaxaca, como ejemplo claro). Felipe, por tanto, no está cómodo ni siquiera en los festejos de ocasión que con motivo de su victoria oficializada le ofrece su partido y que, en buena lógica de poder, deberían ser decididos y definidos por él mismo. Todo lo contrario: Felipe habla despectivamente del pasado, pero los organizadores le allegan piezas de museo del priísmo, como el acarreo y la farándula; Felipe trata de pasarla bien y poner buena cara al difícil momento, pero la espina en el zapato (el presidente del comité nacional panista, que largamente le ha jugado la contraria y que impuso a sus aliados en las coordinaciones de las bancadas legislativas, a contrapelo de las propuestas de Calderón) se permite citar la soga de Castillo Peraza en la casa del amigo ahorcado. Acaso por esos sobresaltos y empachos es que Felipe pronunció un discurso contradictorio, zigzagueante e intrascendente en esa especie de sesión de superación personal en la que participaron estrellas de la talla de Ana Guevara, Jesús Ramírez y Leonorilda Ochoa. No parece, sin embargo, ser nada más un asunto de mal gusto -que provocó que Calderón no aplaudiera a Manuel Espino en su discurso ni lo saludara de mano al final de la pieza oratoria-, sino una especie de amenaza apenas encubierta, un mensaje público con significación privada: el perdón. ¿A quién debe Felipe perdonar hoy de la misma manera que su maestro y amigo Carlos Castillo Peraza debería haber hecho con quienes jugaron contra su línea política o personal, como habría hecho el propio Felipe? ¿A Vicente y a Marta, que nunca lo quisieron como candidato y que ahora lo han llevado a un triunfo precario y comprometido, por cuyas viscosas circunstancias propicias para el chantaje lo menosprecian? (El triunfo del 2 de julio habría sido a causa de los militantes panistas, no de las características o el esfuerzo del candidato presidencial, según Espino; a su vez, F.C. se esforzó al micrófono este domingo taurino-militar en insistir en que él fue quien remontó malquerencias y obstáculos.) ¿Perdonar, es decir, olvidar, no consignar, no abrir averiguaciones previas, no usar a los hijos de Marta ni a ella misma, ni a los Fox para dar el único quinazo que le daría cierto aire de consolidación a un michoacano a salto de mata? La fragilidad política de Felipe podría traducirse en inestabilidad emocional. Presiones fuertes suelen llevar a ciertas personalidades a refugiarse en nichos artificiales. De hecho, algunos periodistas que cubren la fuente calderonista hacen relatos sobre ese tipo de nichos. Relatos que siempre incluyen la sabida facilidad con que Calderón puede llegar al enojo -"es de mecha corta", suele decirse-. El escenario de inseguridad política en que se mueve el panista parece empeorar cada día. Ayer, en el contexto de la conferencia de gobernadores, reunida en Nuevo Vallarta, Nayarit, fuerzas policiales militarizadas actuaron con violencia contra quienes se manifestaban en contra del acosado Calderón. El riesgo de desbordamiento está presente en cada uno de los actos de la agenda calderonista, que son conocidos con cierta antelación por sus opositores, pero las decisiones a tomar en cada caso no parten ni siquiera del civil presuntamente encaminado a gobernar, sino de criterios militares y de factores de poder con proyecto propio como es la Presidencia de la República, que tanto tarda en dejar los controles o que, acaso, está jugando cartas envenenadas que debiliten o anulen a un sucesor cada vez peor parado. Astillas: Embebidos en lo electoral, los mexicanos apenas hemos atendido el fenómeno de insurrección social que se ha dado en Oaxaca. Acostumbrados a entender lo político a partir de intrigas y juegos de poder en las elites, los analistas y comentaristas cargaron (¡cargamos, kimosabi!) la tinta inicial en los presuntos ajustes de cuentas de Gordillo hacia Madrazo-Ulises-Murat y en supuestas maquinaciones electorales hechas en las alturas políticas. Mientras eran tejidas múltiples interpretaciones a cual más equivocada, en Oaxaca -no sólo en la ciudad, sino en varios lugares de la entidad- se desarrollaba una insólita movilización que enfrentó al despótico poder local e instaló una forma de representación social fundada en la discusión abierta y la convergencia de corrientes en una dirección más o menos estable y eficaz. Abandonados por un gobierno central concentrado en la caza anunciada del peje, los oaxaqueños han ido instalando una especie de gobierno comunal que lo mismo ha decidido la toma de radiodifusoras en las que se ejercía periodismo oficialista (para convertirlas en instrumento de lucha) que ha tenido momentos deplorables de violencia y de presunta justicia cobrada por propia mano. Hoy, luego de tanta ausencia de gobierno en Oaxaca, es muy posible que el rodar de la cabeza de Ulises Ruiz no sirva para apaciguar las inconformidades desatadas. En Oaxaca hay una nueva forma de hacer política, una nueva percepción de la relación de la sociedad con la autoridad y una exitosa rebeldía colectiva... ¡Hasta mañana, en esta columna que está lista para el vero Grito! [+/-] muestra/oculta esta entrada |